Redes Sociales: Ya no podemos vivir sin ellas, ni ellas sin nosotros
De toda la vida, en sociología hemos llamado redes sociales al entramado de interacciones con otras personas. Interacciones más o menos profundas, más o menos frecuentes, que se llevan a cabo con diversos objetivos, y en distintas situaciones y contextos. Hoy el término se usa para designar las formas de comunicarnos y relacionarnos socialmente a través de plataformas y aplicaciones digitales.
Alrededor de estas nuevas redes sociales se articula un debate bastante similar al que rodea a las nuevas tecnologías, que oscila en torno a dos polos supuestamente opuestos: el de los apocalípticos, que inciden en sus efectos perversos; y el de los entusiastas, para los que todo es progreso con ellas. Son falsos polos porque ambos atribuyen a las redes sociales una especie de poder autónomo, desligándolas de la voluntad humana, social, política, económica, cultural, etc. Es decir, de las decisiones y aprendizajes en torno a su uso, forma, extensión, objetivos, etc.
Instagram, por ejemplo, nació como un lugar donde compartir fotos entre usuarios y hoy es la cuenta que hay que tener y el lugar en el que hay que estar. La incomprensión de los integrados frente a los escépticos raya la perplejidad. En el mejor de los casos, la persona que está fuera solo dará un poco de pena (¿no tienes Instagram?) y quien está dentro tratará de ayudarla, frecuentemente a través de otra red social (pues te lo paso por whassap). El bando apocalíptico, por su parte, suele aducir que la gente pasa muchísimo tiempo en redes sociales, ergo las personas se están convirtiendo -!qué paradójico!- en seres asociales, insolidarios, que además se van a quedar tontos.
Cierto es que surge cierta desazón cuando leemos que uno de cada tres jóvenes en España aspira a ser influencer, es decir, un creador de contenido para redes que obtiene dinero gracias a las visitas a su perfil y, sobre todo, a las compras de productos cuya publicidad se inserta de distintas formas en ese contenido. También con colegas he discutido a veces que Tinder, una de las redes sociales más extendidas para conocer gente y encontrar pareja, puntual o permanente, es la sublimación de la conversión de las personas en mercancía sexual-afectiva, (auto)expuesta en una plataforma en la cual vas pasando fotos cual folleto del supermercado. Pero se conoce ya bastante del tipo de percepciones distorsionadas que puede provocar la interacción a través de una red así y, sobre todo, lo que debemos preguntarnos es si la gente que tiene Tinder, Instragam, TikTok, Facebook, Twitter, etc, ha dejado de salir a la calle. Parece que no, y que de hecho muchas veces el objetivo es justamente salir a la calle. Las redes sociales sirven, entre otras cosas, para conocer gente con la que hacer cosas en la calle, en el bar, en la montaña, etc. O para departir sin mayores pretensiones en un dispositivo electrónico (juegos en red, charlas con usuarios de Youtube durante la retransmisión de cualquier tipo de evento, etc). O para informarse de cosas, algunas de ellas vitales y/o urgentes como son las que emanan de instituciones oficiales. Pero no tenemos que estar en todas, ni de la misma manera.
Las redes sociales se definen por sus objetivos, es decir, para qué han sido creadas – ocio, trabajo, política, etc -, y por qué se intercambia en ellas – información, conocimiento, afecto, etc-. Existen redes más restrictivas que otras, más democráticas o participativas que otras, o cuyo contenido es mejor -más interesante, más completo, etc- que otras. Existen peligros, dudas, y cuestiones mejorables: la sobreexposición, el cambio en la concepción de la autoimagen y la imagen de los demás, la privacidad, la seguridad, el tratamiento de los datos, el acoso, la cuestión del anonimato, o la usurpación de identidad (https://www.businessinsider.es/acoso-brutal-robar-cuentas-usuario-instagram-1100367).
Por una parte, la lógica de las nuevas redes sociales es la misma que la de las redes sociales antiguas, incluyendo la importancia de lo que Mark Granovetter llamó la fuerza de los vínculos débiles, esto es, que a lo largo de nuestra vida muchas de las cosas nuevas que haremos, problemas que resolveremos, trabajo o pareja que encontraremos, etc, lo haremos más bien a través de los contactos de nuestros contactos que a través de nuestros contactos personales. Por otra, hay que reconocer que la forma virtual sí ha cambiado cosas en el fondo. Seguramente nuestras propias características cognitivas se están alterando, y no creo que se trate de una simple suma o resta de capacidades mentales sino de una alteración ecológica, es decir, de todo nuestro universo mental. Como no soy neuróloga y en ese particular poco puedo aportar, voy a buscar información y opinión en mis redes sociales…
M.L.C. Socióloga