Cómo enfrentarnos a un segundo confinamiento

Tras la vuelta al cole de septiembre y el crecimiento descontrolado de casos en octubre, noviembre nos vuelve a traer un viejo fantasma: el confinamiento. Pero, psicológicamente, este lo vamos a vivir distinto al que comenzó en marzo.

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Tras decretarse de nuevo el estado de alarma en octubre hemos tenido que enfrentar de nuevo una situación desagradable e incierta: el confinamiento. Ya tuvimos que hacer frente a este hecho hace unos meses, pero no lo recibimos en las mismas circunstancias y, por tanto, cabe esperar que no nos afecte igual que el anterior.

Por un lado, encontramos algunas similitudes. Al igual que en marzo, la aparición del estado de alarma en octubre generó incertidumbre y cierta sensación de indefensión, ya que era algo que no dependía de nosotros ni podíamos controlar –como mencionaba en anteriores publicaciones, gestionar esta incertidumbre es una de las principales claves para evitar que nuestras emociones nos sobrepasen y nos lleven a episodios de ansiedad o depresión–. Sin embargo, el hecho de haber estado antes en esa situación nos provee de ciertas herramientas para afrontar mejor un segundo confinamiento y hace que esta vez presente algunas diferencias.

En primer lugar, ya sabemos lo que es estar confinados y además con mucha menos información. En este sentido se podría hablar de que fue más duro en marzo porque conllevaba una mayor incertidumbre. Ahora ya hemos sobrevivido a varios meses encerrados y sabemos qué puede implicar una cuarentena. Esto nos da herramientas para recordar qué actitudes o acciones nos ayudaron y cuáles nos hacían los días más complicados y largos.

En segundo lugar, llegamos a aceptar y adaptarnos a la forma de vida que requería la situación. Hemos preparado nuestros hogares para que haya espacios de juego, de teletrabajo y de expresiones artísticas. Incluso en algunos casos se ha desenterrado la comunicación en el seno familiar y se han encontrado espacios en nuestras casas donde poder desconectar. También han aparecido diversas emociones: alivio por la posibilidad de salir a la calle para realizar actividades esenciales y recibir luz solar; fatiga y agotamiento mental por no haber recuperado completamente las fuerzas durante el verano para afrontar otra situación así, y rabia o frustración por saber que estamos así por comportamientos irresponsables de una pequeña porción de gente que anula los esfuerzos solidarios de la mayoría, así como decisiones políticas tardías o inexistentes.

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Como el lector habrá podido adivinar, también va a ser distinto porque todas las segundas experiencias son diferentes. El hecho de haber vivido algo ya nos deja herramientas o recuerdos para poder afrontarlo mejor la próxima vez. En un examen de recuperación, un informe que hemos tenido que repetir o en una segunda cita tendremos más información y procuraremos evitar lo que no funcionó en la vez anterior. Es por eso que, un fenómeno desagradable como este puede tener una parte positiva: que estamos mejor preparados.

Pero no puedo decir que esta sea una gran noticia. En la primera cuarentena proliferaron aún más los casos de depresión, ansiedad y estrés postraumático atendidos en consulta. Sumado a las carencias que ya presentaba antes la atención primaria en salud mental, la cuarentena disparó las necesidades psicológicas de la población y lo cierto es que aún no estamos totalmente recuperados de eso. Pese a que no todo el mundo obtuvo un diagnóstico, sí que sufrimos la misma incertidumbre y tuvimos que gestionar diversas adversidades. Por eso, en este segundo periodo debemos de tener cuidado para no desarrollar, además de los mencionados anteriormente, adicciones al móvil, problemas de pareja o trastornos obsesivo-compulsivos relacionados con la limpieza o miedo al contagio.

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¿Qué podemos hacer para afrontar lo mejor posible esta nueva situación? Es de vital importancia centrarnos en el presente, preocuparnos por lo que podemos hacer ahora para mejorar nuestro estado. También hay que rescatar todo lo que ya nos fue útil: aficiones, comunicación positiva, rutinas diarias, ejercicio físico o control del sueño y las comidas. Debemos tomar conciencia del tiempo que pasamos pegados a las pantallas y qué dejamos de hacer al estar con ellas. Si la cuarentena sirvió para algo es para identificar qué es lo que realmente necesitamos para vivir y tenemos que darle un lugar prioritario en nuestras vidas. Recordemos que el confinamiento es temporal, que tarde o temprano aparecerá una vacuna y que hacemos esto para salvar vidas.

Por último, no debemos olvidar que los seres humanos necesitamos establecer lazos sociales y sentir afecto. Es por eso que, siempre que sea seguro, nos va a reconfortar un gesto cariñoso de alguien cercano que nos recuerde que no estamos solos en esto, que ya superamos un gran reto y que ahora estamos más preparados para enfrentarnos al siguiente. Si no podemos hacer nada para cambiarla, aceptemos la situación y hagamos lo que está en nuestra mano para afrontar de la mejor manera posible nuestra nueva forma de vida.

Daniel Pérez. Psicólogo