Entre la incertidumbre y la esperanza

Lamentablemente, cuando sin haber lanzado aún las campanas al vuelo confiábamos en haber alcanzado una fase más benigna de la pandemia, ha aparecido un nuevo intruso, Ómicron, que ha devuelto a nuestras vidas dudas y temores. Todavía no se conoce el alcance de esta nueva variante, tremendamente contagiosa (según algunos virólogos, en principio, menos dañina, aunque ni mucho menos inofensiva), pero el caso es que ya se ha notado la incidencia de su llegada. Las mascarillas han vuelto de forma obligatoria a nuestras calles, se ha cortado la alegría navideña y el miedo nos ha vuelto a atenazar.

Cuando hablamos de una pandemia, como cuando hablamos de una guerra, lo hacemos no solo de salud, sino también de economía. Son dos factores esenciales de nuestra vida, sí, por supuesto, el primero el más importante de ellos, que se retroalimentan. Porque la salud se tiene que pagar y precisa de la economía para ello. No olvidemos, por ejemplo, lo dañada que se vio la salud española durante nuestra larga posguerra precisamente por falta de recursos. Y cierto es que la nueva variante ha lastrado el nuevo crecimiento económico que se atisbaba. El miedo y la precaución han frenado el consumo, no sabemos cuánto, y nos ha hecho retroceder unas cuantas casillas en la senda del crecimiento. Pero, afortunadamente, no partimos de cero. Hemos utilizado el verbo lastrar, poner lastre, no el verbo destruir. Ómicron ha sido un nuevo contratiempo, unas vallas que no esperábamos en nuestra carrera hacia la recuperación que tenemos que saltar. Con la carga del cansancio, sí, y de la decepción, sí, pero con la seguridad de que ya llevamos muchos kilómetros recorridos y de que la carrera, o la caminata que emprendimos, avanza en buena dirección: el paro bajó en 74.000 personas, el mayor descenso en un mes de noviembre, nuestra previsión de crecimiento para 2022, pese a que ha sido rebajada por la OCDE, será del 4,5% del PIB, y gobierno y patronal han llegado a un acuerdo sobre la reforma laboral.

Es evidente que nuestra sociedad, incluyendo aquí a todos sus sectores, los ciudadanos, pero también a nuestros políticos, está reaccionando. Y que se ha emprendido la senda de la recuperación. Esta, tardará más o menos, se verá salpicada por nuevas vallas y contratiempos, pero está ahí. Iniciada pues, ahora, principalmente de lo que nos tenemos que ocupar, al margen de ser fuertes para mantenerla, es de ampliar su ramificación. Tiene que ser una recuperación que llegue a todos de forma real. Y entre esos todos tenemos que citar a una parte importante, el pequeño comercio, un sector ya tocado, y abandonado, antes de la pandemia que nos dio a todos una lección de humanidad durante los momentos más cruentos. Pero no solo debemos hacerlo por solidaridad, sino por interés, ya que en este sector está una de las claves de la recuperación plena y la posibilidad de que esta llegue a todos.

La vida habitualmente no es una plasmación de blancos y negros, normalmente prevalecen los grises, y nos encontramos de nuevo ante dos conceptos aparentemente antagónicos: incertidumbre y esperanza, aunque en muchas ocasiones van mucho más ligados de lo que parece. Anteriormente hablábamos del lastre que para nuestro incipiente crecimiento ha supuesto Ómicron.

Tal vez sea así. Ojalá nos hallemos ante un nuevo obstáculo que, tras su superación, nos dote del suficiente impulso para tomar ligereza y superar toda esta desgracia. No es cuestión de ponerse ninguna venda. Simplemente de conjugar adecuadamente incertidumbre y esperanza. No nos bajemos del tren de la vida.

¡Feliz 2022!