La preocupación y la culpa
Por qué aparecen estas emociones, qué función tienen y cómo gestionarlas
Las emociones son las reacciones humanas a distintos eventos, tanto internos como externos, que nos rodean. No son positivas ni negativas ya que todas ellas cumplen la función de informarnos de algo, aunque sí hay algunas que pueden llegar a generarnos malestar y entonces se convierten en desadaptativas. Dos de las emociones complejas que más presentes están en nuestro día a día y que más molestia causan son la preocupación y la culpa.
La preocupación es una emoción que suele ocurrir antes de un evento importante para nosotros. No es casualidad que se llame así, ya que es la acción que hacemos antes de (pre) ocuparnos de alguna situación. Cuando algo es importante, tenemos que dedicar recursos cognitivos a gestionarlo. Pero si aún no ha ocurrido dicho evento, la preocupación nos sirve para empezar a “encargarnos”, pensando sobre ello. Esto puede ayudarnos a buscar otras alternativas o caminos posibles, así como ejecutar mejor la acción después de haberla ensayado en nuestra mente. Sin embargo, si no sabemos gestionar bien estos pensamientos previos al suceso se pueden convertir en rumiación, anticipación y una fuente interna de agobio o ansiedad. Reducir o calmar la preocupación en un momento dado nos da paz y se puede conseguir a través de diferentes estrategias como la evitación o la comprobación. Pero cuando el pensamiento vuelve a nuestra mente sentimos un malestar aún mayor que buscamos acallar como hemos hecho anteriormente, lo que mantiene la conducta.
La culpa es una emoción que frecuentemente aparece después de un evento que no ha salido como esperábamos o querríamos y puede suceder a emociones como la tristeza, la rabia o la frustración. Este fenómeno presenta orígenes religiosos, ya que se considera que apareció hace miles de años en culturas creyentes que buscaban una explicación a los hechos negativos que ocurrían. Uno de los instintos humanos más primitivos es el de tener cierto grado de control sobre nuestra vida o encontrar una explicación a las cosas que suceden y la culpa sirve precisamente para reducir el grado de incertidumbre. Encontrar al culpable nos permite señalar el origen de algo negativo y al conocer el origen aumentamos nuestra sensación de control. Esto quiere decir que se podría haber hecho algo distinto o que si se vuelve a repetir la situación, tenemos margen de acción. Por ejemplo, sentirnos culpables porque algo no nos ha salido bien es una forma indirecta de pensar que el resultado dependía de nosotros, lo cual no soluciona el problema pero sí nos hace sentir más tranquilidad (aunque parezca paradójico). Además, ya están incorporadas al imaginario colectivo las expresiones “entonar el mea culpa” o la oración “por mi culpa, por mi gran culpa”, como ejemplos de la función de alivio que tiene encontrar la culpa.
Estas dos emociones complejas tienen sentido en nuestra vida porque cumplen funciones importantes para el ser humano: ocuparnos de algo importante o encontrar una explicación o causa. Sin embargo, pueden generar mucho malestar cuando son descontroladas y no se regulan bien. Entender por qué ocurren nos ayuda a identificar en qué momentos son útiles, pero esto no es suficiente para controlar su presencia. Diferentes estrategias como el círculo de influencia, la identificación del locus de control o la aceptación y compromiso pueden ayudarnos a sobrellevar estas emociones y reducir el dolor que nos generan. Y siempre que consideres que estas u otras emociones te sobrepasan o que no sabes cómo manejarlas, puedes pedir ayuda a un profesional de la salud mental.