San Isidro, nuestra fiesta popular
Hará un poquito menos de un año, unos amigos sureños de turismo por Madrid me contaron que entraron casi por casualidad a un edificio que no logro situar a día de hoy, y salieron impresionados porque habían visto las reliquias del santo. Ignoro cuántas reliquias de cuántos santos alberga Madrid, pero ahora pienso que bien pudieran ser las reliquias de San Isidro Labrador en la misma Colegiata de San Isidro, o en algún lugar en que estuvieran a su vez de turismo.
Porque ahora parece que ya no, pero San Isidro, sus reliquias, dieron muchas vueltas en su día: de la iglesia de San Andrés a la ermita que lleva su nombre, de ahí al Colegio Imperial, de ahí al Alcázar Real, etc. Hacia la segunda mitad del s.XVIII lo asentaron definitivamente en lo que ahora conocemos como Real Colegiata de San Isidro (* Nota: una colegiata es un templo católico que no es sede obispal pero dispone de un cabildo, abad y cuerpo de canónigos), pero durante los seis siglos anteriores se movió de acá para allá tanto buscándole sitio como por salidas puntuales para que obrara sus milagros. Como sanar a más de un miembro de la familia real, Austria o Borbón.
Un santo transversal y poco belicoso
Pero San Isidro Labrador fue un santo popular casi desde su fallecimiento. Fue su popularidad, de hecho, la que hizo que los estamentos y autoridades de todo tipo se interesan por él. Los milagros que se le atribuyen son comunes a otros santos y santas y vienen a ser proyecciones de deseos colectivos: multiplicar comida del puchero (siempre viene bien), liberarnos del trabajo (qué podemos añadir), etc.
Fíjense que este último deseo es ancestral y anterior a la sociedad industrial: a San Isidro eran los ángeles los que le guiaban a los bueyes mientras él rezaba; hoy se invoca a la inteligencia artificial para haga lo mismo.
Quizá una de sus peculiaridades es que ni su persona, ni sus milagros, ni los festejos en su honor, incorporan elemento belicoso destacable. No fue esgrimido por nadie para luchar -o simbolizar la lucha- contra nadie. Puede que su condición de mozárabe – que también le hizo ir de acá para allá en vida- y labriego explique esa ausencia de belicosidad.
Claro que la habría entre gremios, instituciones, cofradías, etc, en la organización de su devoción y sus festejos, pero no es un santo que en sí mismo simbolice la lucha más que contra los elementos, específicamente la ausencia de lluvias en el campo. Porque pertenece a ese cuerpo de santos y festividades que Julio Caro Baroja ubicaba en “La estación del amor”, esto es, entre la primavera y comienzos del verano, tras las fiestas un poco más tristes del invierno y en el momento en que los cultivos de secano que circundaban Madrid más necesitaban la lluvia previa a la cosecha veraniega.
Por cierto, y por aquello de los vínculos entre el pasado y el presente, hoy tenemos conviviendo a la vez la versión positiva mágico-religiosa de las rogativas por la lluvia, la práctica científica (la Agencia Estatal de Meteorología, que si acaso nos pide a nosotros), y la versión negativa conspiranoica, que justamente va contra la práctica científica y que imagina inventos y prácticas para evitar que llueva, entre otras cosas malignas.
Ya saben, por otro lado, que los fenómenos sociales podemos analizarlos haciendo diferentes preguntas que llevan a diferentes respuestas, por ejemplo para qué sirve (función social) y a quién sirve (estructura social, desigual y conflictiva).
Decía el mismo Caro Baroja que la institucionalización, reglamentación, ordenación, etc, de las fiestas populares, hizo que pasáramos de participantes (participantes críticos, cabría añadir, porque la cosa popular se nutre de la crítica al poder, a los poderosos) a meros espectadores. Si añadimos la folklorización descontextualizada que durante el régimen franquista se hizo de las fiestas patronales, las danzas regionales, etc, esa domesticación es evidente.
San Isidro, todo el mundo a la calle
No obstante, las fiestas en honor a San Isidro -reactivadas, como muchas otras cosas, en los años 80- como patrón de la ciudad siguen conservando un elemento de participación muy destacado. Participación heterogénea, distribuida especialmente aunque con un foco simbólico fundamental en la pradera de San Isidro, materializada en distintos niveles, actividades y dimensiones (religiosa y pagana a la vez), intergeneracional y muy inter-todo, aunque que como toda cuestión identitaria articula a la vez integración y diferenciación.
Es de esas fiestas patronales, de hecho, que verdaderamente parecen sentir, y hacer suyas, diferentes y numerosos colectivos y personas de Madrid y residentes en Madrid, no solo las instituciones públicas oficiales. El programa de las fiestas (52 páginas) y la observación participante así lo avalan. Hay muchas asociaciones, colectivos, etc, currándose actividades participativas que tienen que ver con la madrileñidad, castiza pero también moderna: talleres, juegos, pasacalles, bailes, música, etc, en el epicentro y en todos los distritos de Madrid.
Así que si son ustedes nuevos en esto de vivir aquí y este año no pudieron acercarse a la pradera o a alguno de los lugares donde se homenajeó al santo pero, sobre todo, a la ciudad en sí misma, no dejen de hacerlo el próximo.
M.L.C.
Socióloga