Se nos acabó el verano. ¿Y ahora qué?

Finalizó el verano y volvemos a nuestra vida cotidiana. Llega septiembre, y la subida de productos de primera necesidad y el aumento del precio del carburante nos servirá para volver a sentir la cruda realidad. No es que este verano no hayamos sentido la inflación.

Seguro que se ha traducido en recortes en el consumo cotidiano. Pero puede que también hayamos mirado un poco para otro lado. Dentro de lo que se llama clase media hay una brecha generacional entre aquellos que vivieron la posguerra, y aquellos que crecieron en la -aparente y engañosa- abundancia. De tal manera que los primeros concentran los “porsiacaso” en la despensa, y los segundos llenan con ellos la maleta.

ESTUDIANTE COVIDEs cierto que entre estos últimos hay quien no ahorra, o lo hace poco, porque sencillamente no le alcanza. Pero también es verdad que hay consumos a los que no renunciamos ahora, y mañana ya veremos. El verano es una época propicia para funcionar a corto plazo, precisamente porque el tiempo parece eterno. No saber qué día de la semana es constituye uno de los objetivos principales. Si usted lo ha conseguido, enhorabuena. Si está por vivirlo aún, desde aquí le transmito mi envidia.

¿A quién le gusta septiembre?

Nunca en la infancia entendí qué clase de persona podía alegrarse por la llegada de este mes. Ahora lo entiendo un poco más, pero solo académicamente. Cruzando variables, coyuntura y contexto, hay una tipología de perfiles que respiran aliviados cuando se acaba el verano meteorológico. Buena suerte, y espero que encuentren lo que buscan: trabajo, rutina, orden, estructura, incluso silencio doméstico. Cada septiembre es como un fin de pandemia, con la particularidad de que no caemos en una nueva normalidad sino en la normalidad de siempre. ¿Se acuerdan en pandemia, cuando a la gente le daba por hacer millones de actividades en su casa, algunas de las cuales no habían hecho en su vida? Había que llenar el tiempo con algo. Es verdad que podía ser algo placentero, elegido, incluso creativo y auto-motivador. Pero eso solo era el segundo paso, el primero era la angustia del vacío que había que llenar. Esta necesidad de ocupar el tiempo, y hacer algo, es una necesidad social, histórica, y sutilmente construida en forma de deber, hoy auto-impuesto y, por tanto, inadvertido.

Es verdad que la rutina y el orden es la base de cualquier organización social, pero también que el trabajo, tal y como lo conocemos hoy -es decir, mayormente en forma asalariada, y básicamente aquello que nos permite adquirir productos de primera, segunda y tercera necesidad-, es un invento de las sociedades industriales, en las que ya no hace falta una ley que persiga a los vagos porque nos hemos creído que es mucho más un derecho que un deber.

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Cada septiembre es como un fin de pandemia, con la particularidad de que no caemos en una nueva normalidad sino en la normalidad de siempre

Pero ojo, porque cada septiembre aquellos que hemos vivido el éxtasis del no-trabajo nos damos cuenta, en parte, del engaño. Cuanto más tiempo pasamos de vacaciones, peor es la vuelta. Cuantos más años cumplimos, más dura nos resulta esta. Si fuéramos en general más longevos de lo que ya somos, habría revueltas sociales. De momento solo hay debate: alargar la edad de retiro o jubilación está sobre la mesa hace tiempo. Es lógico, el sistema se sustenta sobre el trabajo asalariado y su primo hermano, el pequeño autónomo (en el que no hace falta que nadie te explote, porque ya lo haces tú solo). Pero el trabajo asalariado, o el trabajo a cambio de un ingreso que te permita vivir decentemente, resulta poco a poco más penoso. No porque sea un esfuerzo, sino porque sin ese esfuerzo no tenemos un salario/ingreso que nos permita vivir decentemente, incluyendo en ese decentemente el ocio y el consumo que nos compensa del trabajo. Y da igual que tus tareas, tu trabajo, te guste. Incluso diría que en este último caso es más dramático, porque lo que de otro modo harías por puro placer en este caso se convierte en una necesidad y una obligación.

Lo llamarán cada septiembre, de forma machacona,”síndrome posvacacional”. Nos harán creer que tenemos un problema, pero que es normal: no se preocupe, le durará unos días. Y es cierto. En cuanto la necesidad y la obligación llamen a su puerta en cualquier forma, aceptará de nuevo el orden sociolaboral establecido. Hasta el próximo verano.

M.L.C. Socióloga