Juan Agustín Navarro: “El transformista es el auténtico rey de la noche”
Juan Agustín Navarro ha dedicado la mayor parte de su vida al transformismo. Se inspiró en una gitana guapa de las Torres Blancas para su personaje de Tina Grecco, desayunó puchero preparado por Lola Flores en el tablao de La Faraona. Vecino del distrito, cuenta su forma de vivir la noche madrileña en los años 70 en su libro autobiográfico Crónicas de un transformista, 1978.
Juan Agustín nos recibe en el bar El Gimnasio, en el barrio de Amposta, que regenta su gran amiga Pilar. Este vecino es bien conocido por las gentes de la zona. Lleva aquí cinco décadas, fue estudiante del Colegio Público República de Panamá (cuando se llamaba XXV Años de Paz) y, aunque su trayectoria profesional ha transcurrido en la Chueca que vio nacer los clubes nocturnos gay, no se ha movido del distrito. Aquí vive con su madre, para la que sólo tiene palabras de amor y agradecimiento. Y hacía lo propio con su padre, a quien cuidó hasta su fallecimiento. Sus Crónicas de un transformista, 1978 es el primer libro de una trilogía que editará Aliar Ediciones. El segundo, ya en marcha, llevará por título Malas malísimas.
¿De dónde nace la necesidad de escribir este libro autobiográfico?
Empecé escribiendo en un blog con la ayuda de un compañero. Hacía una crónica todos los días. Empezó a gustar y un amigo mío de Barcelona me dijo que por qué no contaba estas cosas en un libro. Cuando me dio el ictus tenía demasiado tiempo libre y no quería pensar mucho en haber sido una estrella del espectáculo y estar así; no es agradable, porque mi intención era haberme despedido por todo lo alto en el Teatro Apolo. Así que empecé a escribir y mi amigo Silvans fue el que me ayudó haciendo las correcciones. Puse en Facebook un día: “Chicos, he tenido la brillante idea de escribir un libro” y, bueno, tú no sabes la de libros que he vendido, ha sido increíble.
¿Qué es un transformista y cómo entras tú en contacto con ese mundo?
Un transformista es un actor, lo que pasa es que está desvirtuado. José Luis López Vázquez se transformó en Mi querida señorita, Dustin Hoffman en Tootsie. Esto viene del teatro kabuki japonés, en el que todos los personajes los hacían hombres.
Yo trabajé en La Ostrería con 14 años y salí con el chófer. Un día me llevó a ver un espectáculo al Gay Club de Atocha y yo me quedé maravillado. Allí me dieron una explicación muy fácil: es la parte femenina que tenemos todos los hombres, y la parte más difícil. Un transformista no tiene nada que ver con un travesti, ni con una drag queen. El transformista es el auténtico rey de la noche. En aquella época cada chico tenía un personaje y en cada sala no podía faltar una Lola Flores, una Sara Montiel, una Pantoja y una Marifé de Triana. Eso era indiscutible. A mí un día me maquillaron y yo me vi guapísima. Me gustó porque además te cambia todo. Mira, yo nunca usaba peluca porque tenía el pelo por la cintura; me peinaban y lo último que te ponías era los tacones. Y cuando nos los poníamos, ya hasta hablábamos diferente.
Háblame de Tina Grecco
Como yo soy de San Blas pensé en buscarme un personaje de aquí. Había una gitana muy guapa que se llamaba Isabel y vivía en las torres blancas. Cuando éramos pandilla y andábamos por el barrio, ella cantaba, y era una maravilla. Y yo, sin querer, me estaba mimetizando. Y el nombre: pues Tina, de Agustín, Agustina. Y a mí me gusta mucho el Greco, pero le tuve que poner dos ces por cuestión de derechos, y así la cree. Empecé por fases: al principio era la Tina Grecco que miraba, que escuchaba. Yo libraba los lunes y cada lunes me iba a una sala y fui creándome el personaje con lo que veía que me gustaba. Como personaje hacía cosas que sería incapaz de hacer de chico. Un día estaban atracando a un taxista y venía yo de trabajar y me tiré encima del tío, que llevaba una escopeta. Otro día, un buen amigo mío, que todas las noches iba a verme, me dijo: “¿Qué te parece si nos vamos a Sevilla, comemos y nos venimos?” Salí de trabajar a las cuatro de la mañana, nos fuimos en el coche, comimos en Sevilla y nos vinimos para acá. Yo es que eso no lo haría de chico.
Aquella era una época en la que no era fácil ser homosexual y dedicarse al transformismo. Se han conseguido cambios, pero ¿qué reivindicaciones dirías que todavía están vigentes?
Yo fui a la primera manifestación gay. Nos tiraron huevos, nos tiraron de todo. Yo fui con mi pantalón vaquero y con camiseta. Pero los demás empezaron a ir maquillados y yo no estoy de acuerdo con eso, ni estoy de acuerdo con el día del orgullo gay. Para mí es un orgullo ser como soy, que he cuidado a mi padre con cáncer y con alzheimer dos años, que ahora estoy cuidando a mi madre, que he pasado, por el ictus, nueve días en la UVI. Eso para mí es lo que tiene importancia. Yo no tengo problemas en el barrio con nadie. Para reivindicar algo hay que ser un caballero. Plumeteando no me gusta ir porque es una manera de provocar no queriendo. Yo tengo muchos compañeros que son muy afeminados, pero hay una contención. Tú no puedes meterte en un metro lleno de gente y estar pegando gritos. Esa ética la he llevado siempre aquí en el barrio, con mis padres y mis hermanos, a rajatabla. Y lo de las bodas me parece una ridiculez. Lo que me gustaría es que nos dieran los derechos de un matrimonio, pero sin necesidad de nada. Tampoco lo llamaría matrimonio, no me gusta. Igual que no me gusta el gay que va de machito para que no se entere nadie, y vas por la calle y te está llamando maricón. Si queremos derechos sociales, ¿tienes que ir con un tanga y con las tetas al aire en una manifestación del día del orgullo gay? No lo entenderé jamás.
En este libro tienen mucho peso las personas de las que te rodeaste entonces. Uno podría pensar que cómo pueden hacerse buenos amigos entre tanto exceso, alcohol, drogas. ¿Cómo lo conseguías?
Abrieron un pub que se llamaba Phalos y había un ambiente tan guapo… Era la primera vez que yo veía un disc jockey. Había uno que me gustaba y le pedí al DJ que le dedicara una canción de Mari Trini. Porque de 21:00 a 23:00 era música de los sesenta con dedicatoria; te dejaban un bloc, escribías la petición, lo echabas en el cesto y el disc jockey iba cogiendo. Y así se iban formando grupos. Los de uno de los grupos grandes íbamos al tablao flamenco de Lola Flores en la Plaza de la Marina Española. Terminábamos comiendo a las ocho de la mañana un puchero que hacía Lola. Sentados en el suelo; ella ponía una pantalla grande y películas de ella. Nos juntábamos muchos. Lo que pasaba es que del que tenía contacto con una artista se decía: “Mira éste, lamiendo culos.” La envidia el deporte nacional. Muchas veces he tenido amigos que sabía que no eran amigos y he sacado siempre la cara por ellos. A los buenos amigos los mantengo.
¿Hay transformistas todavía en activo?
Hoy en día hay dos que están en activo y son increíbles: Nacha y Chesare. Ahora hay espectáculos de drags pero no es como lo de antes; nosotros montábamos. Hicimos Don Quijote, por ejemplo, y todas las canciones y todos los números de conjunto eran basados en Don Quijote. Hacíamos unas presentaciones que la gente flipaba.
¿Cómo has visto cambiar San Blas? ¿Cómo era entonces?
Yo llevo aquí cincuenta años. De jovencito era muy líder, me montaba las pandillas y siempre tenía amigos. Y aquello de las novias, porque entonces… Hasta que ya, abiertamente, en una hoguera, te da por decir: “Oye, mira, estoy hasta las narices: esto es lo que hay.” Y como los amigos de verdad se quedaron, no he tenido ningún problema. En San Blas de pequeño fui muy feliz, éramos ocho hermanos. En el colegio hice juntos séptimo y octavo; con trece años tenía hecha ya la EGB. Me quisieron becar, pero había que trabajar. Me hubiera gustado estudiar historia.
Repasando tus vivencias en la Chueca de los 70, ¿cómo recuerdas la noche en aquel tiempo?
En mi época estaba el Sacha’s en la Plaza de Chueca, que es donde yo estuve veinte años trabajando, el Gay Club en Atocha y Centauros en la Corredera Baja. Los del Gay Club eran los sofisticados, eran bailarines, venían de Barcelona y sacaban unos maquillajes con purpurina, con escarcha y unos cuerpos que te cagabas. Paco España empezó en el Gay Club. Y luego había la rivalidad entre Sacha’s y Centauros. Lo que hacían los dueños era que, cada dos por tres, se quitaban artistas.
¿Se parece en algo a aquello la Chueca de ahora?
Nada. Cuando yo llegué a Chueca en la sala (Sacha’s) teníamos dos porteros con unas estacas hechas de escayola, una en cada mano, porque había urinarios públicos, se bajaban a pincharse. Los jefes de los clubes de toda la zona rosa mandaban a una mariquita: “Vete a decir al Sacha’s que hay por aquí uno que anda quitando carteras.” Y así, poco a poco, se fue revalorizando el barrio. Una cosa importante son los vecinos, que ahora serán muy progres pero los de antiguamente estaban encantados con nosotros. Tú no sabes las señoras… una verdadera pasada. Antes era más pueblo, ahora lo han sofisticado demasiado.
Sara Luque Olaya