“No derramaré mi lluvia sobre tu materia”, de Carmen Recio
Nueve de la mañana en una cafetería de Canillejas. Cuando llego, Carmen me está esperando en la puerta, la reconozco porque lleva una carpeta de plástico transparente con su poemario dentro. “No derramaré mi lluvia sobre tu materia”, leo, junto a un dibujo abstracto que decora la portada. Tengo muchas preguntas
Nos sentamos. Gafas de pasta, camisa de flores y uñas rosadas. Croissant a la plancha y dos cafés. Y es entonces, con todo lo indispensable cubierto, cuando Carmen empieza a hablar. Con su inagotable locuacidad y su risa saltarina, me cuenta que, aunque no es a lo que se ha dedicado, ella se considera artista con todas las letras. Yo opino que sentirse artista es una cuestión de vida, algo que, independientemente de cómo emplees tu día a día, llevas dentro de ti, incluso para aquellos en los que solo emerge de vez en cuando. Cabe pensar que Carmen, probablemente, lo heredaría de su padre, quien acostumbraba a escribirle poemas a su madre.
“Toda mi vida he escrito poemas”, afirma Carmen, quien me cuenta que cuando era pequeña tenía problemas auditivos que la aislaban del resto del mundo, y que la recluían al tranquilo bastión de la última fila. Y, como todo depende de cómo veas el vaso, medio lleno o medio vacío, ella aprovechó este inmerecido “castigo” como trampolín para poner a bailar su imaginación, un ratoncillo que de ningún modo podía estancarse en su madriguera.
Los que sí quedaron ocultos fueron sus poemas, que no vieron otra salida que la así llamada papelera azul, el vertedero de sus sueños. Durante muchos años, nada de lo que Carmen escribió vio la luz del sol. Y así sería hasta hace bien poco, cuando Euloxio Fernández, su profesor de teatro, la animó a publicarlos para que el resto del mundo pudiera también disfrutar de su arte. Aunque en realidad, “toda mi gente ve día a día lo que escribo, ¡lo pongo en mis estados de Whatssap!”, se ríe. Lógico recurrir a este método cuando, como Carmen, acostumbras a despertarte a las cuatro de la madrugada, fulminada por el rayo de una idea que no puede esperar, para plasmar en papel las palabras susurradas por tus sueños. “Lo mismo escribo otro libro, tengo como ciento cincuenta poemas más guardados por ahí”, sostiene. Este ansia por escribir frenéticamente no se convirtió en necesidad hasta que se jubiló, cuando se le abrió una nueva vida, una nueva oportunidad para su creatividad. “Clases de pintura, literatura, tai chi, tertulias varias… Al principio era un poco reticente, pero desde que empecé, no he parado”, afirma la escritora, que vive en Canillejas desde los años 80 y le encanta porque “es como un pueblo: tardamos tres horas en hacer la compra porque vamos saludando a todo el mundo”.
Carmen Recio trabajó toda su vida en oficinas, de donde conserva no muchos amigos y un nombre artístico: Talita. Por Talita Paul, confiesa, a lo que le sigue una curiosa historia que no contaré pero que me confirma ese punto de locura aventurera que ya desde el principio había advertido en ella. “Yo siempre me he considerado rara, diferente al resto. No pensaba igual, y por eso me he metido en cada follón…”. Me habla de libertad, de empoderamiento, de momentos de revelación, de caminar bajo la lluvia torrencial hasta sentir la ropa pesada y pegada a los huesos.
Sacar sus poemas a la luz ha supuesto un ejercicio de liberación para ella, un golpe sobre la mesa que dice aquí estoy yo, y soy capaz de hacer arte. Me cuenta que no siempre fue así, que de hecho, solía ser una persona más bien tímida, y no fue hasta que empezó a tomar clases de teatro cuando perdió la vergüenza, forzada a hablar en público y a exponerse a varias decenas de ojos fijos solo en ella. “A la fuerza, o quizá no, igual siempre lo llevé dentro pero nunca me atreví a sacarlo, ¡me he convertido en una sinvergüenza!”, afirma entre risas convencidas. Los poemas tocan temas variados, desde el maltrato de género hasta la pasión, pasando por sus propios recuerdos con incluso algunos tintes filosóficos. ¿Un punto en común? El romanticismo apabullante y la ausencia de Dios, lo que después deriva en una larga conversación existencial-religiosa en la que me explica que nunca ha sido capaz de creer y que no puede fingir lo contrario. Menos aún plasmarlo en sus poemas, que son un reflejo escrito del alma.
Llegados a este punto, el desayuno se ha acabado hace rato, las tazas reposan frías sobre la mesa y la gente de la cafetería ha ido cambiando a lo largo de la mañana. Si de algo he aprendido en esta agradable charla con semejante pedazo de mujer, es que para hacer arte hay que estar enamorada; de personas, de cosas, de lo que haces… y esa sensación de enamoramiento es la que inspira. Cuando llego a casa, un mensaje de Carmen ilumina la pantalla de mi teléfono. “Paula, aprovecha la juventud, haz lo que te dé la gana y vive en poesía, enamorándote de todo lo que te rodea”. Me han dado muchos consejos a lo largo de mi vida, pero pocos provenían de una artista con todas las letras, y menos aún tenían las palabras tan bien escogidas.
Paula Caz