Una chica de San Blas-Canillejas
“Mis padres compraron la casa en la que ahora vivimos cuando aún no existía, ni ella ni yo. Nací en el barrio de Las Rosas, en San Blas-Canillejas, y no he conocido otro hogar”.
He de reconocer que, con el tiempo, he ido apreciando cada vez más las virtudes de este lugar que, aunque no sea Malasaña o La Latina, en donde todo joven madrileño sueña con alquilar un pisito compartido, tiene su aquel.
Cuando me visitan amigas de otras zonas de Madrid, alaban casi tanto como envidian las terrazas abarrotadas de almas jóvenes que bebemos cada sorbo con el mismo apetito y despreocupación con los que miramos a la larga vida que aún tenemos por delante. Un sábado al mediodía es un reto encontrar hueco, y si el sol colorea las calles, puedes dar por perdida esa caña que ya acariciabas con la imaginación. Los parques verdes con banda sonora de risas infantiles también alegran los oídos de quien pasea por aquí, y me hacen plantearme, por qué no, el vivir aquí cuando forme una familia.
Pero no todo es tan bonito. A nadie se le escapan las divergencias que hay entre los barrios que conforman nuestro distrito. Mis padres, como muchos otros, crecieron en San Blas y vinieron a vivir a Las Rosas, pasando de edificios caducos sin ascensor a piscina y jardín en la urbanización. Mi abuela vive en Simancas y se queja de las calles sucias y descuidadas; cuando su cuerpo se lo permitía, salía ella a barrer las hojas caídas. Mi amiga Marta se mudó a Canillejas y cuando vuelve sola de noche, no puede evitar correr, con el miedo siseando en su nuca.
Aunque las diferencias socioeconómicas son inherentes a la humanidad, siempre podemos actuar para suturar la brecha hasta convertirla en una rendija. El Wanda Metropolitano nos ha dado un empujón, pero no podemos desatender las verdaderas necesidades de nuestra gente. Nuevos bares y restaurantes más refinados, aparcamientos en batería y casas revalorizadas, dan al distrito un soplo de aire fresco, pero no olvidemos lo que de verdad importa: las personas que vivimos en él. Es mucho más lo que nos une que lo que nos diferencia. Desde siempre un distrito obrero, de gente trabajadora a la que no se le caen los anillos por nada, de familias humildes que se saludan si se cruzan al ir a comprar el pan.
Es cierto que los barrios envejecen, que la generación que nació, creció e inundó las calles con sus gritos inmortales, de pronto se desvanece, dejando como único rastro un par de grafitis y, sobre todo, a sus padres encanecidos, que pasan a ser los nuevos protagonistas de un vecindario que, de un día para otro, ha duplicado su ratio de edad. Sin embargo, en nuestro distrito sigue siendo necesario construir nuevas guarderías y colegios cada poco tiempo, para poder dar cabida a una juventud inagotable que sigue revitalizando, como un ciclo sin fin, a San Blas-Canillejas.
Paula Caz