Bandas juveniles, una definición social

A consecuencia de algún suceso o delito violento, la acción de estos grupos adquiere mayor resonancia pública.

Hay en la investigación sociológica, como supongo que en la investigación de cualquier tipo, un momento inicial que llamamos construcción del objeto de estudio. Esta expresión indica, en primer lugar, que hay algo que requiere nuestra atención o consideramos relevante; y, en segundo término pero no menos importante, que debemos justificar ese interés y definir en qué consiste ese objeto -un fenómeno, un problema, un colectivo, etc-, y desde qué óptica lo vamos a analizar. Esa construcción no solo marcará su comprensión, sino que lo visibilizará de una manera o de otra frente a las autoridades competentes y/o actuantes. Por supuesto, raro es el fenómeno, hecho, problema, situación, etc, en el que no está implicado, directa o indirectamente, más de un colectivo social. Y cada uno, desde su perspectiva, su grado de implicación, experiencia, intereses, etc, tendrá a su vez su propio discurso respecto al mismo.

La versión corta, o de andar por casa, de esta construcción del objeto “bandas”, por mi parte, partiría tanto de situarlo fuera de una retórica fantasmagórica hecha de imágenes de agresión o amenaza permanente -no digamos ya, por supuesto, fuera del estereotipo circulante de que todo chaval de apariencia no autóctona es miembro de una banda-, como de reconocer la existencia de un problema. Qué tipo de problema, para quién, cómo, etc, forma también parte de esa definición. Desde mi punto de vista, el problema sería en primer lugar para los propios integrantes de una banda (no es lo más habitual, a tenor de las Memorias anuales de la Fiscalía de la Comunidad de Madrid, ¿Cambios en su composición… cambios en sus motivaciones y objetivos?

bandas latinas

Se puede comprobar en las mencionadas Memorias de la Fiscalía (www.fiscal.es/-/comunidad-autonoma-de-madrid), que la denominación actual de estos colectivos es bandas juveniles, no bandas latinas. El motivo principal de este cambio es que el 90% de sus miembros son españoles, tan españoles como Abascal, como respondió Isabel Díaz Ayuso a Rocío Monasterio en la Asamblea de Madrid el pasado febrero, a propósito de una interpelación de esta última respecto a la inmigración ilegal.

Efectivamente, y como ha analizado exhaustivamente la antropóloga Katia Núñez (tesis doctoral consultable en: dialnet.unirioja.es/servlet/tesis?codigo=301264), sus integrantes no son producto de procesos de reagrupación familiar, o sea, adolescentes o jóvenes que hayan llegado a España en una edad, digamos, complicada. Buena parte son segundas generaciones de inmigrantes, sí, pero han nacido aquí y se han criado aquí. No están replicando su origen familiar-cultural. La nacionalidad familiar no está resultando una variable o atributo determinante y compartido, habida cuenta de que además esos orígenes étnicos o nacionales son, al interior de las bandas actuales, diversos y mezclados. Tampoco guardan vínculos con bandas del otro lado del océano que surgieron y surgen en contextos bien diferentes. El componente territorial-barrial, por otro lado, tampoco parece introducir un componente específico de distinción entre unos grupos y otros -las tres bandas principales actualmente en activo en Madrid pueden coincidir en los mismos distritos-. Al mismo tiempo, el territorio sí deviene en un lugar de escenificación -que diría el sociólogo Erving Goffman-, de prácticas grupales, incluyendo conflictos con otros grupos por el dominio de espacios concretos.

bandaslatina

Desde la perspectiva de la sociología de las organizaciones, y de acuerdo a lo que señalan expertos y actores con conocimiento y experiencia – directores/as de centros de menores, personal docente de institutos, la propia Policía Nacional, etc-, cabría decir que actualmente la forma de estas bandas está más próxima a la de grupo organizado que a la de grupo formalmente organizado. Por ejemplo, siguiendo de nuevo Núñez, no parece existir un mecanismo formal de captación como tal, sino más bien una extensión natural y un crecimiento de los grupos por la vía de las redes sociales informales y los lazos afectivos (hermanos, amigos, conocidos…). Tampoco se detecta una jerarquía sólida ni, sobre todo, líderes claramente identificables como antaño. Esto último no parece responder a una estrategia encaminada a dificultar la identificación de estos líderes por parte de la policía, aunque tenga ese efecto. Parece tener más que ver con una forma más flexible y difusa de organización (¿quizá podríamos hablar de redes descentralizadas, utilizando el lenguaje de redes sociales?), al mismo tiempo ampliada en virtud del uso de las redes sociales virtuales para quedadas, exposición, intercambio de información, etc. Otro cambio notable respecto a la composición social de estas bandas es la edad: casi la mitad son menores. Esto significa que no estamos ante adultos capaces de articular una estructura delictiva formal y de extorsión sobre otros adultos; pero también que estamos ante sujetos muy influenciables por el grupo y que carecen de perspectiva sobre la peligrosidad, para ellos y para otros como ellos, de su pertenencia a una banda.

M.L.C. Socióloga