Cuando “El Buscón” pasó por la Venta de Rejas

Si alguien nos hablase de un escritor mordaz, cínico, misógino, racista, antisemita y pendenciero, pero al mismo tiempo de fuerte carácter, que no se achantaba ante los poderosos, culto, crítico y sensible, nos quedaría la imagen de una persona sumamente compleja. Pues ese era, a grandes rasgos, Francisco de Quevedo, uno de los autores más destacados del Siglo de Oro español.

ESCRITORA BEATRIZ
Beatriz Martínez. Escritora.

Nació en Madrid en 1580, en una familia hidalga al servicio del rey, ya que su padre trabajaba en el palacio real. Quevedo fue un niño enfermizo, con una malformación en los pies de nacimiento y una importante miopía. En su infancia conoció el rechazo, tanto por sus problemas físicos como por el hecho de vivir rodeado de gente de la nobleza sin ser hijo de noble. Su estancia en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús la vivió de forma solitaria y triste, y es posible que esa amarga experiencia agriara su carácter.

Fue estudiante en la Universidad de Alcalá de Henares, la más prestigiosa de su tiempo, y allí ya despuntó como el gran escritor que llegaría a ser. Aunque sus obras fuesen consideradas burlescas y de mal gusto, no se podía negar su calidad literaria. Sus primeros escritos le dieron una popularidad que no lo abandonaría a lo largo de toda su carrera.

Fue famosa la enemistad que tuvo con Góngora, quizá porque los dos eran grandes escritores y la envidia mutua hacía que no se soportasen. Quevedo acusaba a Góngora de judío y homosexual, y Góngora a Quevedo de putero, borracho y pendenciero. Tampoco ayudaba que cada uno representase a un movimiento literario, conceptismo y culteranismo, de manera que quedaron enfrentados tanto en vida como en obra. Lo cierto es que se ponían verdes y de ello dan buena cuenta sus escritos. Pero no solo con Góngora tuvo problemas, Quevedo se llevó mal con mucha gente gracias a su don para provocar y la inflexibilidad de sus críticas, que dedicaría incluso a personajes tan poderosos como el rey.

Veamos algún ejemplo. Estaba un día Quevedo en presencia de Felipe IV, y le pidió el monarca que le recitara un poema. El escritor solicitó que le diese “un pie” para empezarlo y el monarca, haciéndose el ocurrente, le mostró su pie de carne y hueso. Quevedo soltó a su majestad la siguiente perla:

Quevedo copia de Velazquez
Quevedo (copia de Velázquez)

En semejante postura dais a comprender, Señor, que yo soy el herrador y vos… la cabalgadura.

Aún hoy nos sorprende el atrevimiento del escritor. No hay que olvidar que Felipe IV era el dueño de un imperio, pero hasta de eso se reía Quevedo, comparando al “Rey Planeta” con un hoyo: Cuanta más tierra le quitan, más grande se considera.

Tampoco se libró la reina, Mariana de Austria, que era coja, como él, y por ganar una apuesta se lo dijo en sus narices: Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja. Por suerte, ella lo tomó como una galantería de poeta.

Pero la vida en la corte era agitada y compleja. Quevedo estuvo protegido por el Duque de Osuna y al caer este en desgracia también cayó él. Sufrió destierro y fue encarcelado en un par de ocasiones, la última le dejó la salud muy mermada y murió apenas dos años después de su salida de prisión, en el año 1645.

Recordemos algunos de sus más célebres y ácidos aforismos:

Todos los que parecen estúpidos lo son y además también lo son los que no lo parecen. Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir. Mejor vida es morir que vivir muerto. Creyendo lo peor casi siempre se acierta.Todos deseamos llegar a viejos, y todos negamos que hemos llegado.

Quiero ser justa con el escritor, no solo escribió burlas e ironías, fue uno de los mejores poetas liricos de la literatura española, os pongo alguna estrofa:

Su cuerpo dejarán, no su cuidado, serán ceniza, más tendrá sentido, polvo serán, más polvo enamorado.

Este fragmento corresponde al poema Amor constante, más allá de la muerte, también os recomiendo Miré los muros de la patria mía o Fue sueño ayer. Si no los conocéis leedlos y, si sí, releedlos; son una maravilla.

Ahora vamos con la novela La vida del Buscón llamado don Pablos. Es la única novela de Quevedo, pertenece al género de la picaresca y, como El Lazarillo de Tormes, utiliza la primera persona, es un recurso que hace parecer a la novela autobiográfica. El protagonista es de clase baja, con unos antecedentes familiares problemáticos, padres conversos y perseguidos por la justicia, la madre presa por bruja y el padre ahorcado por ladrón. Pablos se avergüenza de sus orígenes e intenta alejarse de ellos, vivirá con diferentes amos y su vida será la mera supervivencia en una España de miseria y conflictos sociales. Es una novela dura y, aunque aparece el humor, este es irónico y despiadado, las situaciones grotescas y los personajes no dejan lugar ni a la amistad ni a la ternura. Por la novela desfilan rufianes, curas, moriscos, prostitutas, falsos conversos, soldados, escribanos, estudiantes, alcahuetas…, todo el universo de las clases sociales más desfavorecidas de nuestro Siglo de Oro, pero sobre todo tiene una gran calidad literaria llena de recursos expresivos.

Uno de los capítulos de El Buscón sucede en lo que hoy es nuestro distrito y se titula Del camino de Alcalá para Segovia, y de lo que me sucedió en él hasta Rejas, donde dormí aquella noche. En este episodio la burla se centra en un maestro de esgrima y sus métodos de enseñanza. Parece que está basado en un personaje real con el que Quevedo, cómo no, estaba enemistado. No quiero desvelar lo que sucede pues, ya que nuestro distrito no es muy abundante en citas literarias, os animo a descubrir por vosotros mismos esta referencia.

Leer o releer El Buscón puede ser un buen propósito para este año. Os dejo con la última frase de la novela: Pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres. Y apliquémonos el cuento.

Beatriz Martínez. Escritora.

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