Horticultura vecinal y solidaria en una Quinta histórica

Si hace solo cuatro años nos aseguran que la abandonada Quinta de Torre Arias ofrecería bancales elevados repletos de hortalizas para ser recolectadas por los vecinos del barrio, nos hubiéramos llevado las manos a la cabeza incrédulos y sorprendidos. La idea primigenia partió de los jardineros de la Quinta para crear una huerta y despensa solidaria conjuntamente trabajada por los desempleados del distrito de San Blas-Canillejas a quienes van destinados los productos. La horticultura ecológica está saliendo adelante sin abonos químicos ni fertilizantes, sin apoyos administrativos, en un proyecto real que traspasa los límites distritales y es para sentirse orgullosos.

La huerta vecinal y solidaria de la aristocrática Quinta de Torre Arias

La huerta vecinal y solidaria de la aristocrática Quinta de Torre Arias ha vuelto a recuperar su esplendor agropecuario perdido. Es ya la cuarta temporada en la que se han cultivado tomates, pimientos, berenjenas, patatas o alcachofas, con cerca de cinco toneladas cosechadas en un terreno repleto de nutrientes que data de cuatro siglos. Dos días a la semana los hortelanos solidarios se acercan a la calle de Alcalá para la recolección y posterior entrega a las personas más necesitadas del distrito en los locales de la Plataforma de Trabajadores en Paro (PTP).

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Las cuadrillas vecinales van ataviadas con chalecos de color rojo, guantes, tijeras y cajas de cartón o madera para colocar con mimo los frutos recolectados dejándose las rodillas sobre la tierra. “Los tomates picados y huecos dejarlos fuera para que se los coman las urracas y no ataquen al resto, los que están más pintones”, advierte Fernando, uno de los hortelanos, encantado de meter la mano y descubrir los tesoros de los bancales.

Los tomates son de tres variedades, aunque abunda el gigante rosado de Canillejas y la réplica de Patones. “Los he visto a ocho euros el kilo en algunas tiendas”, asegura asombrada Charo, otra vecina. Los tomates son revisados por los hortelanos y al mismo tiempo se recolectan los pimientos de un color verde intenso. “Los picados hay que separarlos para que no se estropee la producción, si están manchados hay que recolectarlos, los demás dejarlos madurar para que lleguen a su tamaño”, dice Juan, uno de los jardineros de la Quinta.

La huerta vecinal y solidaria de la aristocrática Quinta de Torre Arias

La huerta de la Quinta de Canillejas despliega todo su aroma e intensidad a finales del mes de agosto y el tomate sigue aportando protagonismo y color rojo entre los verdes bancales. “No llevan fertilizantes, salen con la temperatura ideal y están de muerte, huelen a lima, es el tomate original casi silvestre”, aseguran.

Mientras tomamos fotos nos animan a extraer de la mata los pequeños tomates cherrys. “Los recolectas y te los comes como si fueran pipas, puro vicio”, asegura Alonso, otro de los hortelanos canillejeros muy entendido con origen rural en Zamora. Cada caja de tomates pesa alrededor de cinco kilos y se estima una tonelada y media cada año recolectada, así hasta mediados de septiembre donde se degustará una muestra en las fiestas de Canillejas.

La huerta vecinal y solidaria de la aristocrática Quinta de Torre Arias

Materia vegetal y sostenible, libre de agresiones

Daniel Liébana es otro de los jardineros municipales implicados desde el principio en la creación del huerto, hoy punto de referencia y visita obligada en el recorrido de los jardines de Torre Arias. Su grado de implicación es máximo, y el amor por la tierra donde trabaja es evidente con los conceptos ecológicos muy claros. “Aportamos a los bancales toda la materia vegetal que podemos conseguir en la Quinta y se descompone sobre el mismo terreno apartando pajas, hojas, restos de la huerta triturados e incluso algas de la alberca, es un mantillo vegetal que se composta in situ, chop and drop (cortar y soltar) como dicen los ingleses”.

Sin embargo, reconoce que “nos gustaría disponer de abono orgánico de origen animal, es decir, excrementos de vacas, caballos, ovejas, gallinas, conejos o palomas que aportarían más cantidad de nitrógeno que suplimos con abono verde (veza, algorraba, garbanzo, haba) que fijan el nitrógeno al suelo y que acumulan en sus raíces gracias a las bacterias que viven en simbiosis con su sistema radicular”.

La huerta vecinal y solidaria de la aristocrática Quinta de Torre Arias

Liébana explica que lo importante es “no dañar los microorganismos que viven en los suelos sanos con prácticas de cultivo inapropiadas, por eso solo cavamos los bancales con una horca sin voltear para no alterar el perfil del suelo”, explica el alma mater de la huerta de Torre Arias.

La huerta de la Quinta desprende un intenso olor a las plantas aromáticas que rodean los bancales, aportan humedad y atraen a insectos tan necesarios como las mariquitas que se comen el purgón y mantienen limpio un huerto regado con agua de la alberca y del pozo, sin cloro ni gasto para la red. La vía de agua procede en origen de la Dehesa de la Villa con un sinfín de canales subterráneos, viajes de la época árabe (Canat, de donde procede supuestamente el nombre de Canillas y Canillejas).

Solo un pero: las recientes obras de la cercana Universidad de Navarra han provocado la reducción y pérdida de caudal, pero Torre Arias sobrevive a pesar de todo tipo de agresiones urbanísticas, es el último reducto de un paraje medieval en estado puro. Un enclave urbano que hay que apoyar y proteger, en eso están los vecinos solidarios y los activistas de la Plataforma Quinta de Torre Arias.

La huerta vecinal y solidaria de la aristocrática Quinta de Torre Arias