La importancia de la salud mental ¿Qué más hace falta?

El aumento en el número de suicidios en 2020, la hipocresía en los Presupuestos y la nueva ordenación académica, todas atravesadas por la gestión de la salud mental en nuestro país.

 

PsicologíaEn noviembre conocimos los datos del suicidio en España en 2020. El año de la Pandemia ha sido en el que más suicidios se han producido en nuestro país desde que se tienen datos (1906). Como ya abordamos anteriormente, este hecho se podría prevenir con más información y recursos, tanto humanos como económicos. Sin embargo, en las últimas semanas hemos comprobado cómo se prioriza financiar campañas publicitarias animando a la población a pedir ayuda si la necesita, antes que a dotar al Sistema Nacional de Salud de medios para poder atender dichas peticiones. Esta doble moral sobre la salud mental: hablar públicamente de su importancia, pero no garantizar fondos para su mejora; retrata la actitud que aún tiene la clase política hacia estos asuntos. El dato más doloroso fue ver cómo se rechazaba la propuesta de Más País para aumentar el número de plazas PIR, psicólogos clínicos públicos, en el año que más necesitamos su asistencia. Curiosamente, propuestas relacionadas con salud provenientes de partidos de otras ideologías también fueron rechazadas.

La falta de consenso en temas como el aumento de partidas destinadas a la salud mental recuerda la división política que existe respecto a la gran mayoría de asuntos nacionales, donde parece que se debe tomar la posición de “izquierda o derecha” más allá de evaluar cada medida independientemente. Esto se ha visto especialmente reflejado en los últimos años en la gestión de las leyes de Educación, las cuales respondían a una veleta política, más que a un producto de identificación de necesidades, investigación en metodologías y viabilidad de prácticas.

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Pese a la conveniencia de debatir la idoneidad de los cambios establecidos en la nueva ordenación académica, se desvanece el hecho de que una vez más se produce un cambio para diferenciarse de lo anterior, en lugar de buscar complementarse o mejorarse. Entendiendo las posibles discrepancias que puedan acaecer respecto a valores religiosos, ideológicos o del número de horas, como sociedad llevamos años lastrados por la falta de acuerdo en el tipo de ciudadanos que queremos formar. Cuando llegamos a adultos nos damos cuenta del beneficio que hubiese supuesto aprender antes sobre identificación y gestión emocional, sobre efectos de los estilos de vida poco saludables, recibir nociones básicas de cómo realizar la declaración de la renta o desarrollar el compromiso político y social en nuestro entorno próximo.

Ya hablamos de la potencia de la escuela como agente en el desarrollo de los individuos. Si desde pequeños recibiésemos pautas como las anteriores, unidas al currículo determinado, podríamos tener más herramientas para enfrentarnos a diferentes situaciones vitales. Una parte de los problemas de salud mental vienen dados no solo por el contexto que vivimos actualmente, sino por las herramientas que tenemos para enfrentarlo. A veces tardamos años en reconocer que no sabemos gestionar o que nos superan ciertos eventos y no todo el mundo dispone de los recursos económicos para poder trabajarlos en una consulta privada: recordemos que hay pocas plazas públicas y el Gobierno no quiere aumentarlas.

Hasta el momento, únicamente han acordado incrementar el número de psicólogos y orientadores en la enseñanza, lo cual es positivo pero insuficiente para cubrir las necesidades psicológicas de nuestro país, así como para garantizar que habrá gente para atender a quien pida ayuda.

Si en el año donde más se habla de salud mental y peores datos tenemos respecto a trastornos y suicidios no se actúa para cambiar las cosas, ¿qué más necesitamos para empezar a actuar?

Daniel Pérez
 Psicólogo general sanitario