Pablo Hervás, historia viva para entender la Quinta de Torre Arias

Cuando el visitante entra por la puerta principal de la calle Alcalá 551 en la Quinta de Canillejas, también llamada de Torre Arias por sus últimos propietarios, la fragancia de las rosas de pitiminí evocan tiempos pasados, olores olvidados, quietud, como si la vida se parase en el mismo corazón de la ciudad. A la derecha del paseo se alza majestuosa la rehabilitada casa de las guardeses, donde vivió con sus padres Pablo Hervás, nuestro protagonista, hasta mediados del pasado siglo bajo las órdenes de la estricta y austera aristocracia madrileña.

Widget not in any sidebars

Junto a los rosales de flor amarilla de pitiminí había una pérgola ya desaparecida y enfrente está situada la casa de los guardeses que albergaba a cuatro personas, los padres y dos hijos. Arriba las habitaciones y en la planta baja el comedor y la cocina con un tiro de chimenea que daba calor al piso superior. Los moradores no disponían de servicio y las necesidades se hacían en el campo, más tarde se añadió a la fachada este.

Las explicaciones detalladas nos las ofrece Pablo Hervás, el hijo de los guardeses de una finca aristocrática donde los empleados no vivían en las mejores condiciones posibles. “Cuando se construyeron los pisos del INI en Suanzes, los marqueses de Torre Arias llegaron a un acuerdo para aprovechar las aguas fecales de salida hasta el colector general”, comienza diciendo Hervás, a su lado Rafael Criado, arquitecto y miembro de la Plataforma en Defensa de la Quinta Torre Arias (PQTA).

Hasta los años 60 un burro era el medio de locomoción para andar por la Quinta y con un rulo de piedra se pisaba y allanaba el terreno. Junto a la casa de los guardeses se situaba el corral con las gallinas para abastecer la cocina de los marqueses. La viña se ubicaba en la parte sur, junto a la valla perimetral de la calle Alcalá y se fijaba con espalderas y alambres para sujetar las cepas que daban un moscatel de primera categoría, muy reconocido en la región.

Rafael Criado, arquitecto y miembro de la Plataforma en Defensa de la Quinta Torre Arias (PQTA).
Rafael Criado, arquitecto y miembro de la Plataforma en Defensa de la Quinta Torre Arias (PQTA).

Talas e incendios devastaron la Quinta

“Pero se han cometido barbaridades, como las talas indiscriminadas, esto era un bosque maravilloso y también se han tapado las troneras, las ventanas para evacuar el agua sobrante en la parte inferior de las vallas”, alerta Pablo. “Los marqueses tocaban una campana, con toques suaves o fuertes, según la importancia de la visita. El toque de arrebato significaba peligro, como los dos incendios que sufrió el pinar. Después compraron una cisterna que arrastraba el tractor para apagar los fuegos”.

Torre-Arias - Los árboles del amor
Torre-Arias—Los árboles del amor

La Quinta siempre dispuso de un encargado que vivía en la parte de arriba junto al palacio, era una especie de administrador, agricultor y ganadero. “Cuando los marqueses llegaron de recién casados (1949) trajeron ama de llaves y dos criadas. Doña Tatiana Pérez de Guzmán se casó con Don Julio Peláez Avendaño que era químico de profesión y tenía un trato más afable con mi familia”, recuerda el hijo hoy septuagenario de los guardeses.

Mi abuelo era el peón caminero de Canillejas y los marqueses le propusieron vivir en la casa de los guardeses, sin sueldo ni seguridad social, solo subsistencia con las gallinas o conejos. Las cosechas de maíz daban de comer a los animales y el sistema agroecológico funcionaba, nada se tiraba, todo servía. Recuerdo siempre ver a Doña Tatiana dedicada a las flores y a germinar estos hermosos cedros del Líbano en los invernaderos”.

Agua cristalina y leche de primera calidad

La Quinta de Torre Arias—El estanque de La Minaya
La Quinta de Torre Arias—El estanque de La Minaya

En la llamada casa de las patatas, hoy casi invisible por la vegetación, “se distribuía el trabajo de la finca y las patatas se almacenaban en la bodega, donde había mucha tierra acumulada al sacudirlas. El agua salía del estanque de La Minaya y la fuente de La Isabela manaba a placer un agua pura y cristalina que daba de beber a las últimas ovejas merinas que pastaban por el pinar o a los pavos y cerdos de la Granja Chica. La casa del pastor tenía una lechería subterránea y la leche de primera calidad se llevaba a vender a la vecina central quesera con una carretilla donde se metían los cántaros de aluminio”, explica Hervás con una memoria prodigiosa.

Torre-Arias - La casa de los guardeses
La casa de los guardeses

“En la perrera tenían mastines y uno era el predilecto de la marquesa, posteriormente tuvo pastores alemanes, uno de ellos atacó a mi hijo y fue el detonante de nuestra salida de la finca a finales de los 80, los marqueses no se hicieron cargo y les tuvimos que denunciar”, subraya contrariado Pablo.

 

En la Quinta de Canillejas la fragancia de las rosas de pitiminí evocan tiempos pasados, olores olvidados, quietud, como si la vida se parase en el mismo corazón de la ciudad.
Al entrar por la puerta principal de la Quinta de Canillejas la fragancia de las rosas de pitiminí evocan tiempos pasados, olores olvidados, quietud, como si la vida se parase en el mismo corazón de la ciudad.
Rosal de pitiminí
Rosal de pitiminí

Mientras Pablo Hervás nos ilustra, la conversación va llegando a su fin y el arquitecto Rafael Criado no para de dibujar los cuatro puentes, con su ojos bien abiertos y recreando el antiguo lavadero con su tejado de pizarra donde se calentaba el agua para poder hacer la colada en los duros inviernos de la Quinta o los restos del molino, en un trabajo excepcional con un desplegable de 48 caras que presentará en breve a la PQTA. Pablo y Rafael se dan la mano, la Quinta prosigue con su rehabilitación y la historia no se detiene. El objetivo es preservar todo este increíble legado para el conocimiento de las nuevas generaciones.

 

Torre-Arias - Árbol del amor
Árbol del amor
Leer más