El fin del estado de alarma se va acercando y con las fases de desescalada algunas actividades comienzan a reactivarse. Es el caso del mercadillo de San Román del Valle, que vuelve a montarse cada martes para satisfacción de los vecinos acostumbrados a comprar en sus puestos.
Los comerciantes autorizados a colocar su puesto eran una tercera parte de los 75 habituales, pero la reapertura del mercadillo de San Román del Valle el segundo martes de junio, tras casi tres meses de inactividad, se realizó con menos de 20, todos ellos de la rama de alimentación: 16 fruterías, un tenderete de dulces y otros dos de encurtidos y frutos secos. La selección se hizo priorizando la venta de alimentación y por orden de antigüedad, tal y como consensuaron los vendedores y los responsables de la Junta Municipal. Asimismo acordaron que fueran los propios comerciantes quienes llevaran el control del aforo máximo permitido por lo que se clausuró el acceso desde la Avenida de Guadalajara y se estableció como entrada y salida la calle Arcos de Jalón.
Las colas formadas para acceder y la falta de señalización generaron algunas molestias y quejas entre los compradores esa primera jornada y motivó incluso reprimendas por parte de los agentes de la Policía Municipal a vecinos que, sin ser especialmente ágiles, se propusieron saltar el vallado para evitarse la espera o el paseo de vuelta hasta la salida. También algunos propietarios de los puestos manifestaron su disconformidad porque, al repartir el espacio para permitir la distancia de seguridad, se ubicaron en lugares distintos a los de siempre y lamentaban que esa modificación les podía hacer perder clientela por no encontrarles en su sitio habitual.
El gel hidroalcohólico no faltaba en cada puesto y también la distancia de seguridad era un hecho en las colas de espera, como grandes novedades de los primeros días de mercadillo postcoronavirus. A medida que se superen las fases de desescalada hasta la finalización del estado de alarma, se irá incrementando tanto el número de puestos autorizado para la venta como el aforo máximo permitido de compradores.
Pistoletazo de salida para el plan que pretende transformar el terreno otrora destinado a albergar pruebas olímpicas en una ciudad deportiva para los vecinos. Los alrededores del Wanda Metropolitano contarán además, si no hay tropiezo en la tramitación, con una amplia zona verde y mejoras de las redes viarias.
El Área de Desarrollo Urbano ha trasladado al pleno del Ayuntamiento la propuesta para desarrollar la parcela que rodea el estadio del Atlético de Madrid. Los terrenos, protagonistas junto a La Peineta en las sucesivas candidaturas de Madrid por alcanzar el sueño olímpico, se convertirán en una ciudad deportiva para uso y disfrute de los vecinos con el objeto de impulsar el deporte base y de barrio y con alguna instalación que pueda acoger eventos de alta competición.
La superficie total del ámbito objeto de ordenación es de 1,2 millones de metros cuadrados. Sus límites discurren, en sentido de las agujas del reloj, por la plaza de Grecia, las cocheras de Metro de Canillejas, la calle Mequinenza, el margen norte de la autovía A-2, M-40, calle Estocolmo, linderos de las parcelas de viviendas unifamiliares colindantes a ésta y la avenida de Arcentales. En la parte que bordea la autovía de circunvalación se prolongará el cordón verde para atenuar el impacto medioambiental, mejorar el paisaje y generar un parque que redunde en calidad de vida del barrio de Rosas.
La iniciativa, que contó con el apoyo en Comisión Extraordinaria de todos los grupos políticos representados en el Consistorio, salvo la abstención del PSOE, pasa del Ayuntamiento a la Comunidad, que tiene hasta el mes de septiembre para manifestarse al respecto.
Para ejecutar el proyecto se requiere la modificación del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de 1997, de manera que la parcela quedará definida en dos, por un lado el Parque Deportivo del Este, con una superficie de 1.140.504 metros cuadrados y por otra el área de suelo urbano consolidado de 88.150 metros cuadrados que ocupa el Estadio Wanda Metropolitano, cuya calificación pasará de uso deportivo público singular a deportivo privado. Además, el antiguo Centro Acuático, una gran infraestructura en desuso, servirá como complejo multifuncional de relevancia para la ciudad. Precisamente este espacio es objeto de demanda por parte de algunos vecinos que abogan porque se aproveche para levantar un hospital en el distrito.
Con la pandemia del coronavirus en la mente de todos, consideran prioritaria la disponibilidad de este tipo de equipamiento sanitario antes que una dotación deportiva de élite y gradas para eventos.
La crisis sanitaria quedó atrás, pero el COVID-19 dejó al descubierto carencias y dificultades socioeconómicas que se cronificarán si no se toman medidas. La Red de Apoyo Vecinal hace balance de iniciativas desarrolladas en estos meses gracias a la voluntad de colectivos comprometidos con la gente del distrito. Hay que tomar nota.
La magnitud de la crisis social que ha provocado la pandemia en nuestro distrito excedió lo que la Junta de Distrito podía asumir con sus recursos: un presupuesto para alimentos gestionado a través de Servicios Sociales que supone un montante económico asignado a 500 familias y 150 personas individuales y el reparto de 460 menús diarios.
Entidades y colegios del distrito, contando con la colaboración de voluntarios y de comercios, tuvieron que apoyar suministrando alimentos a multitud de familias que se salen del marco de los requisitos que piden las instituciones o que no tienen acceso a ellos por cualquier otro motivo.
Los datos son tremendos: la Red de Apoyo Vecinal, que en un principio se dedicaba a labores de acompañamiento a personas solas o familias con problemas como ir a la farmacia, a la compra, al hospital, etc., pronto se vio desbordada por peticiones de comida que fueron asumidas directamente o derivadas a otras entidades del barrio. Cuenta con 55 personas voluntarias, ha atendido hasta el momento unos 100 casos y promovió una campaña con comercios del distrito para recibir donaciones de alimentos por parte del vecindario. La Red trabaja en estrecha colaboración con la Plataforma de Parados que atiende a unas 350 personas aproximadamente y que tiene lista de espera. La Red de Apoyo Vecinal además canaliza sus donativos hacia esta entidad.
En el CEIP Valle Inclán se centralizó la ayuda a las familias con necesidades de varios colegios del distrito. Atendían a unas 1.200 personas adultas y más de 420 menores. Activaron un servicio de donación de pañales y leche maternizada ya que contaban con bastantes bebés menores de dos años. Mantuvieron la colaboración con los hermanos Sandoval hasta que los cocineros pudieron volver a reactivar su restaurante y concluyó su compromiso. Ahora cuentan con 500 menús que reparten en el centro escolar.
Vivienda Digna (La Chimenea) de Canillejas atiende a 800 personas y 600 familias y no da más de sí. Nazaret tiene censadas mil familias demandantes.
En Rejas, un grupo de ayuda conformado alrededor de la parroquia de San Cristóbal, ha podido atender a 240 familias, casi 800 personas, cuando la media normal desde la crisis de 2008 eran 80 familias.
A esta lista habría que sumar otros colectivos de ámbito estatal con representación en el distrito y a entidades de carácter eclesiástico. Y esto no tiene perspectiva de acabar pronto.
Diariamente aumenta el número de peticiones de ayuda que vamos cubriendo como podemos. Hasta que no podamos más.
Nuestro distrito tiene una larga experiencia en afrontar crisis desde que fue creado en los muy primeros años sesenta del siglo pasado. Siempre ha habido una respuesta vecinal a los problemas de vivienda, la devastación que supuso la droga en el distrito, la crisis de 2008. Por ello, ha habido músculo suficiente para dar una respuesta rápida allí donde la Administración no llega.
El 16% de población que vivía al límite, según Cáritas, ha sido golpeada por la falta de empleo, la falta de recursos habitacionales y la carencia de alimentos. Se ha incrementado el número de familias con necesidades vitales y que antes del COVID-19 sobrevivían con pocos recursos, con empleos precarios, con una fragilidad que se ha hecho añicos.
Si la solidaridad vecinal no hubiera funcionado la situación sería aun más dramática. Ha sido notable el apoyo y compromiso del pequeño comercio del distrito.
Creemos sin embargo que la solidaridad que se pone de manifiesto en momentos de emergencia social no puede ser un recurso que tape la necesidad de unas políticas sociales públicas que, como se ve, son tan necesarias. Es el momento de optimizar todos los recursos del distrito para paliar la desigualdad y la pobreza, para que los derechos constitucionales también puedan ser ejercidos por la población de los barrios sin dejar a nadie atrás.
Sería necesario hacer un buen diagnóstico de las necesidades del distrito por parte de la Junta, contando con la participación de las entidades y espacios vecinales que conocen el día a día de la pobreza y la exclusión. De este modo los presupuestos asignados y los requisitos requeridos serían más realistas y ajustados a la hora de proporcionar las ayudas. Fortalecer con recursos personales y económicos a los Servicios Sociales debería ser una prioridad en estos momentos y en los de la posterior supuesta normalidad cuando se controle la pandemia ya que, si no el virus, la emergencia social va a estar ahí. Así mismo, desde las instituciones se puede jugar un importante papel en la búsqueda de proveedores que suministren materias primas y de acondicionar cocinas ya existentes pero no utilizadas ahora para la preparación de alimentos.
Es evidente que la red social de San Blas-Canillejas, con puntos de referencia vecinal como el Espacio Vecinal Montamarta, La Chimenea, Plataforma de Parados, Banco de Alimentos de la Asociación por una Vivienda Digna, la Asociación Nazaret, el Grupo 77 Rejas, y otros, debe fortalecerse manteniendo su labor cotidiana y ayudando a reconstruir el tejido social de apoyo del distrito que no solo abarca a las familias sin recursos sino a las personas mayores, la infancia con pocas alternativas, las mujeres en situación precaria o de violencia, y un amplio número de colectivos e individualidades que encuentran en lo comunitario un espacio/tiempo para la cooperación y la convivencia.
Debemos trabajar juntas, instituciones, redes de apoyo, comerciantes. Todo el distrito tiene que salir de esta con una lección aprendida: tenemos que poner las bases para que no nos vuelva a pasar.
Tres hoteles ubicados en San Blas-Canillejas alojaron a sanitarios o pacientes durante los meses del auge de la pandemia. Con el paso del confinamiento a la desescalada todos adecuan sus instalaciones para reabrir al público según la normativa establecida por las autoridades y con la seguridad para las personas como absoluta prioridad.
El B&B Hotel Madrid Aeropuerto Terminales 1, 2 y 3, el Crowne Plaza Madrid Airport y el Madrid Marriott Auditorium, los tres emplazados en el barrio de Rejas, se pusieron a disposición de la Consejería de Sanidad en cuanto se tuvo conciencia de que el coronavirus podía colapsar los hospitales y que era necesario minimizar el riesgo de contagio entorno al personal sanitario. Los responsables de los establecimientos sintieron que debían implicarse y arrimar el hombro en la medida de sus posibilidades en unas circunstancias tan complicadas.
Han cumplido con creces esa primera expectativa. En el caso del hotel que acogió enfermos en sus habitaciones se les pudo atender como si estuvieran en un hospital y todos fueron ya dados de alta; los establecimientos que albergaron al personal que luchaba en primera línea contra el COVID-19 consiguieron que se sintieran como en su segunda casa. Concluye una etapa en la que los responsables de los tres hoteles destacan que han contado con la colaboración de muchos de sus proveedores y empresas de distintos sectores y servicios que han aportado desinteresadamente material hospitalario, alimentos, productos de aseo, bebida. Igualmente destacan el comportamiento ejemplar del personal sanitario y el de los trabajadores de los propios hoteles, muchos de los cuales fueron incluidos en un ERTE y acudieron voluntariamente a echar una mano en lo que hiciera falta.
Ahora, con la vuelta a una cierta normalidad hospitalaria y el paso del confinamiento a las fases de desescalada, los hoteles se preparan para afrontar las consecuencias que arrastra tras de sí la pandemia: medidas preventivas que minimicen el riesgo de contagio, adecuación de las instalaciones, cómo atraer huéspedes con la caída de la demanda y la limitación de la movilidad. A continuación se repasa lo que ha sido el pasado reciente de los tres hoteles y lo que están realizando para acometer el futuro inmediato.
Madrid Marriott Auditorium Hotel
El Madrid Marriott Auditorium Hotel alojó desde el 20 de marzo a pacientes que presentaban una sintomatología cuyo cuadro requería seguimiento médico sin necesidad de estar ingresado en un hospital. Fue el segundo establecimiento que se reconvirtió con motivo de la pandemia en la capital. Desde aquellos días finales de marzo y hasta la primera semana de mayo dio servicio al hospital de Torrejón, del Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares y del Henares (Coslada).
Sergio Gómez, responsable del Departamento de Comunicación del Madrid Marriott Auditorium, explica como fue el proceso para transformar el hotel en lo más parecido a un hospital. «Dos plantas del bloque posterior del establecimiento se medicalizaron siguiendo los protocolos de seguridad de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Su localización en el complejo facilitaba su aislamiento gracias al bloqueo desde y hacia la zona no medicalizada sin interferir en el acceso principal del edificio. Las habitaciones correspondientes a los pacientes se adaptaron a las circunstancias con la eliminación de elementos como alfombras, cortinas, butacas textiles, plancha,etc., siguiendo las indicaciones del personal sanitario. Para facilitarles el trabajo diario al máximo, algunas habitaciones se transformaron en vestuarios y salas de enfermería o descanso. Una cocina completamente equipada se puso a disposición de la empresa encargada de preparar los menús para pacientes y sanitarios. E igualmente se habilitó el comedor habitual del personal del hotel, situado en la misma zona», describe Sergio Gómez.
La colaboración con la Consejería de Sanidad concluyó a principios de mayo con la desinfección de las plantas medicalizadas mediante la nebulización de un virucida de eficacia garantizada. Para la nueva etapa que se abre con la desescalada, los responsables del hotel aseguran que la seguridad será más que nunca su máxima y que adaptará cada uno de sus espacios y servicios a las nuevas condiciones y cumpliendo con todos los requisitos de bienestar y responsabilidad.
Crowne Plaza Madrid Aeropuerto
El Crowne Plaza Madrid Aeropuerto se cerró al público el 20 de marzo y se abrió para los sanitarios el 31 de ese mismo mes, cuando responsables de la Consejería de Sanidad de la Comunidad se pusieron en contacto con su directora, Ana Calvín, para ver las características del hotel. «En ese momento quedaron 110 habitaciones bloqueadas y en apenas dos horas empezamos a recibir a los sanitarios. Las zonas comunes estaban cerradas y así continuaron. Al mismo tiempo se instalaron paneles de metacrilato para respetar siempre la seguridad de sanitarios y empleados en la recepción. En cuanto a las comunicaciones se simplificó la operativa: los teléfonos del hotel fueron desviados a la línea de la jefa de recepción y en mi línea tenía desviados los teléfonos de las habitaciones. Así se podía garantizar la atención a todo el mundo», explica Ana Calvín.
La directora del hotel detalla otros cambios, como la ubicación de la lavandería próxima a la entrada, en el hall del hotel, para facilitar el autoabastecimiento de la ropa de cama y aseo por parte de los sanitarios. «También en la recepción, gracias a la donación de libros de las editoriales de Madrid, pudimos crear una librería para los sanitarios que les permitiera evadirse con la lectura en sus ratos de descanso. Comida, agua y otros productos facilitados por nuestros proveedores se pusieron a su alcance en esa misma zona». Con anterioridad, el Crowne Plaza Madrid Aeropuerto ofreció sus nueve camas supletorias y 8.000 gorros de ducha al Hospital del Henares (Coslada).
«El pasado 22 de mayo terminaron las labores de limpieza y durante este mes trabajaremos para dejar el hotel equipado para la apertura. Al mismo tiempo, estamos implementando las medidas de seguridad impuestas por Sanidad y nuestra cadena, IHG Hoteles, en la zona de restauración y en las habitaciones, que no dispondrán de decoración ni papelería. Y en el restaurante la carta se leerá mediante un código QR. Se colocarán huellas en el suelo que nos recuerden las medidas de distancia, así como dispensadores de gel, guantes y mascarilla en las zonas comunes y puntos especiales para reforzar la limpieza», asegura Ana Calvín.
B&B Hotel Madrid Aeropuerto T1, T2 y T3
B&B Hotel Madrid Aeropuerto T1, T2 y T3 puso a disposición de la Consejería de Sanidad las 124 habitaciones del establecimiento para alojar a profesionales sanitarios y no sanitarios dedicados a hacer frente a la crisis del coronavirus. «La gente, alojada desde el 21 de marzo, respondía al perfil de personas que convivían con familiares de alto riesgo ante el COVID-19, trabajadores desplazados desde otras Comunidades o con domicilios alejados del hospital y profesionales que, por los turnos laborales, requerían pernoctar en un lugar próximo al centro de trabajo”, señala Lucía Méndez-Bonito, directora ejecutiva de B&B Hotels para España y Portugal. Su establecimiento era el alojamiento de referencia para el personal de los hospitales Príncipe de Asturias, de Alcalá de Henares, el Hospital Universitario de Torrejón y el Hospital del Henares, en Coslada.Además de aportar sus instalaciones, desde B&B Hotels promovieron entre sus proveedores la campaña #AyudanosAAyudar. Muchos de ellos se sumaron de inmediato a la iniciativa aportando sus productos y servicios.
Ya sin sanitarios alojados, la cadena está implantando su protocolo de seguridad contra el COVID-19 mediante medidas certificadas de desinfección, limpieza y tecnológicas para garantizar una estancia segura cuando se produzca la reapertura de sus hoteles. “Aforos limitados en las zonas comunes, gel desinfectante a disposición en los lugares de paso, mamparas separadoras de metacrilato en la recepción, control de temperatura diario, instalación de felpudos con solución desinfectante en las entradas de los hoteles y los ascensores para asegurar la descontaminación de las suelas de los zapatos y las ruedas de las maletas, así como uso de mascarillas, guantes y materiales que minimizan la supervivencia del virus en el mobiliario”, explica Lucía Méndez-Bonito.
En cuanto al aspecto de las comidas en el hotel, se eliminará el buffet y el desayuno se servirá para llevar de manera individual con el fin de que el cliente pueda disfrutarlo en su habitación. Las novedades relativas a la tecnología afectan fundamentalmente al nuevo proceso de auto check-in completo, que el cliente podrá realizar desde su propio móvil y permitirá desde la lectura del documento, el pago y el reconocimiento facial sin interactuar con nadie hasta llegar a la habitación.
Ingenasa elabora test de anticuerpos capaces de detectar si una persona ha padecido el COVID-19. Con una capacidad de producción de medio millón de ensayos serológicos a la semana y un millón de kits rápidos al mes, la compañía tiene su domicilio social en nuestro distrito desde 1983.
Inmunología y genética aplicada son las dos áreas de desarrollo y conocimiento que definen y dan nombre a Ingenasa, una empresa dedicada a la investigación biotecnológica que se instaló en 1983 en el número 41 de Hermanos García Noblejas. Hoy ocupa dos plantas del número 39 de la Avenida de la Institución Libre de Enseñanza y desde la segunda semana de mayo es capaz de producir los deseados tests que pueden determinar si una persona ha superado el virus y ha desarrollado anticuerpos. Belén Barreiro, directora general de Ingenasa, explica en que consisten los distintos tipos de test validos para proporcionar información necesaria y relevante sobre la incidencia del COVID-19 en la población.
Básicamente hay tres herramientas de diagnóstico y cada una tiene características y aplicaciones diferentes. El único test que es cien por cien determinante para certificar que alguien está contagiado por el coronavirus es la PCR, siglas en inglés de Reacción en Cadena de la Polimerasa. «Esta técnica pone de manifiesto la presencia del agente patógeno en el paciente mediante la recogida de una muestra de su garganta. Puede detectar la presencia del virus y que se encuentra activo, pero sólo durante un período concreto: habitualmente desde el momento en el que alguien se infecta hasta que desarrolla inmunidad capaz de luchar contra el patógeno», explica Belén Barreiro.
La directora general de Ingenasa aclara que esa ventana de tiempo es variable, pero puede durar entre el quinto día desde el momento en que se infectó el paciente hasta los catorce días desde que se produjo el contagio. «En esos diez días el virus es detectable en el enfermo, suele coincidir con la aparición de los síntomas y es el momento en el que el individuo tiene mayor carga viral y es infectivo (tiene la capacidad de infectar a los que le rodean)».
Los otros dos tipos de pruebas se centran en la detección de los anticuerpos que el sistema inmunológico produce para luchar contra el virus. Son los denominados ensayos serológicos y se presentan en dos formatos, uno para realizar en laboratorio tras extraer una muestra de sangre del paciente, y otro conocido como test rápido que se puede realizar en cualquier sitio, incluso en el propio domicilio de la persona, siempre que la toma de muestras, en este caso en la nariz y la boca, la realice un profesional sanitario.
Los anticuerpos indican que alguien ha tenido contacto con el virus y lo ha superado: el sistema inmunológico ha sido suficientemente eficaz como para vencerlo. La cuestión que complica un poco las cosas es determinar cuándo empiezan a aparecer los anticuerpos para tener claro el margen de tiempo en el que se pueden detectar. Si se conociese con certeza el día 0 del contagio sería muy fácil, pero nunca se sabe cuándo se ha infectado el sujeto, la presencia del virus se determina a partir de la aparición de los síntomas. «Desde ese momento en que se manifiesta una sintomatología que apunta a la existencia del patógeno los anticuerpos pueden aparecer a partir del octavo día y, con certeza, a partir del día 15 o 16 el cien por cien de los pacientes que se recuperan tienen anticuerpos», afirma Belén Barreiro.
Fotografía versus película
La directora general de Ingenasa establece un símil que puede clarificar el propósito y la utilización de los distintos tipos de pruebas. «La PCR se realiza para determinar si un paciente está contagiado: es como realizar una fotografía y, si el virus aparece en ella, tienes la total certeza de que el organismo está infectado, no hay una prueba más fiable. En cambio los tests serológicos son como una película: si el sistema inmunológico ha generado anticuerpos, entonces está claro que el sujeto ha estado en contacto con el virus, sea o no asintomático. Te cuentan una historia: la persona ha tenido contacto con el patógeno y el sistema inmune ha reaccionado».
Durante los duros meses de marzo y abril, con la pandemia en su apogeo, no se aplicaron suficientes test a los pacientes infectados. La gente sufrió una sintomatología compatible con el coronavirus pero cuando llamaban al centro de salud les decían que se quedaran en casa y les daban la baja por COVID-19, pero sin hacerles un análisis de confirmación. «Para tener la certeza de que alguien ha padecido la patología hay que aplicar un ensayo de anticuerpos y, en general, la gente quiere saber si se contagió o no. Se perdieron la foto porque nadie la hizo en el momento en que presentaban los síntomas, pero tienen la película que te cuenta que efectivamente lo sufriste», señala gráficamente la directora general de Ingenasa.
Belén Barreiro explica que el desarrollo de los anticuerpos supone que el individuo se ha preparado frente al virus y se encuentra, en cierto modo, inmunizado. «En estos momentos no sabemos cuánto tiempo dura esa inmunidad, ni cuánto de inmune se está tras superar la infección. De hecho, aunque en principio se esté inmunizado, si el paciente tiene una carga viral tremenda, puede mostrar síntomas de estar infectado. Esas son las variables que aún no sé conocen del todo bien porque es una patología muy reciente. No obstante, a día de hoy, creemos que existe inmunidad, que es protectiva y que es duradera, al menos, durante seis meses», explica Barreiro.
Ingenasa está produciendo test serológicos y kits rápidos de antígenos. Su directora general aclara que también tienen capacidad para elaborar PCR, pero considera que este ámbito ya está bien cubierto por otras empresas nacionales. De su línea de producción sale semanalmente medio millón de ensayos de anticuerpos con soporte para laboratorio (denominados Elisa) y un millón de test rápidos al mes. En estos momentos, la demanda de este tipo de pruebas es grandísima porque se están haciendo en la mayor parte de los hospitales, en todos los laboratorios habituales de clínica humana y, con la desescalada, se empiezan a realizar en las empresas, interesadas en conocer el grado de protección que la inmunidad proporciona a su personal.
La compañía ubicada en Simancas se ha dirigido a las Consejerías de Sanidad de varias Comunidades Autónomas ofreciéndoles los test para que sean ellas quienes los adquieran para sus hospitales y centros de salud. «También estamos en contacto con laboratorios de análisis clínicos y con empresas de riesgos laborales, que con la desescalada están siendo requeridas en muchos casos para realizar este tipo de controles», comenta Barreiro. El coste de los análisis varía y depende mucho del nivel de consumo. «Estamos hablando en cualquier caso de cantidades razonables y asequibles; en general, nuestro producto en el mercado lo puedes encontrar desde los cuatro euros hasta los veintitantos. Eso es lo que vale el kit. Luego el laboratorio tiene que procesar las muestras, cocinarlas con los reactivos, hasta obtener un resultado», asegura Belén Barreiro.
La directora general de Ingenasa aclara que no sólo los centros de investigación hacen ciencia en España y reivindica el papel de las empresas que se dedican a ello. «Apoyar a este tipo de compañías es apostar por garantizar la salud en el futuro porque para poder enfrentarnos a riesgos como los que estamos viviendo hoy en día se necesitan conocimientos y gente suministrando armas para luchar contra este tipo de patologías y peligros», concluye Belén Barreiro.
Investigación sin presencia del COVID-19
El negocio fundamental de Ingenasa se basa en la producción y comercialización de tests diagnósticos para veterinaria, tanto para animales de compañía como de producción. Cuenta con una plantilla de 60 personas, la mitad dedicada a la producción industrial de los kits y la otra mitad a la investigación. Este importante departamento permite a la empresa participar en proyectos de investigación para clínica humana. «Cuando surgió el COVID-19 trabajábamos en un proyecto europeo, junto con diferentes partners, con el objetivo fundamental de desarrollar herramientas para luchar con potenciales enfermedades emergentes que puedan ocasionar una alerta sanitaria… y aparece este virus», expone Belén Barreiro.
La prontitud con que pudieron obtener parte de un gen del patógeno y la prioridad que suponía la situación les hizo ponerse a trabajar en los ensayos que ahora elaboran. «Procedimos a darnos de alta y gestionar los permisos para poder realizar diagnóstico de clínica humana. La gestión fue muy ágil gracias a la colaboración de la Agencia Española del Medicamento y a que tanto las instalaciones como los procesos de la compañía están muy bien diseñados y documentados».
Los procesos de desarrollo para obtener análisis serológicos pueden oscilar entre seis y nueve meses, más aún si las cosas se complican, pero en este caso lo consiguieron en menos de dos meses gracias «al esfuerzo bestial del personal de Ingenasa», reconoce su directora general.
Y todo ello sin que hubiera rastro del COVID-19 en su laboratorio. «Incorporamos un trocito de gen no infectivo del coronavirus en lo que denominamos organismos recombinantes (habitualmente bacterias o virus) para que fabriquen la proteína de ese patógeno. Es decir, producimos algo muy parecido al virus, proteínas que contienen el ácido nucléico del COVID-19, y que son reconocibles por el sistema inmunológico de las personas que han estado infectadas», aclara Belén Barreiro.
Luego se fabrican los reactivos con los que se diseñan los ensayos. «Los test diagnósticos se basan en el reconocimiento entre un agente patógeno y la inmunidad del organismo al que infecta. Cuando nuestro cuerpo entra en contacto con algo que puede agredirnos, nuestro sistema inmune reacciona para luchar contra ese atacante. Uno de los mecanismos de defensa más importante son las moléculas denominadas anticuerpos, que neutralizan a esos agresores cuando los reconocen. Esa capacidad súper específica de reconocer los patógenos es lo que nos permite desarrollar los test diagnósticos», explica la directora general de Ingenasa.
Las calles de los barrios de San Blas-Canillejas recuperan, muy poco a poco, cierta normalidad con la apertura del pequeño comercio. Algunas tiendas han podido retomar el servicio, aunque muy condicionadas por las precauciones que deben adoptar. Bares y restaurantes levantan el cierre, de momento, para servir comidas para llevar.
El confinamiento ha traído consigo una importante caída del pequeño comercio. La crisis del coronavirus obligó a cerrar a los establecimientos que no fueran de primera necesidad y a adaptarse a las nuevas formas de consumo a aquellos que sí han podido seguir con las ventas. Observando cómo su actividad se resiente cada día desde hace años; cambios en los hábitos de consumo de la población, grandes superficies, compra online, etc., la situación provocada por la pandemia, en la que la salud sigue siendo prioridad, es otro duro golpe a este tipo de negocio.
Establecimientos como las fruterías, las carnicerías o las panaderías vieron vaciarse de gente las calles de los barrios siguiendo las recomendaciones de no salir de casa. Con el estado de alarma y el posterior decreto de la fase 0 de la desescalada, muchas de estas tiendas se han preocupado por garantizar y mejorar sus servicios, por ejemplo, suministrando pedidos a domicilio. Como ya es habitual, el pequeño comercio se sigue viendo en la necesidad de luchar para mantener su cuota de mercado.
Desde la presidencia de la Confederación Española del Comercio, se calcula que entre el 20% y el 50% del millón de comercios que hay en nuestro país no podrán reabrir la persiana porque tienen que seguir pagando los alquileres y sueldos sin vender nada y sin que lleguen las ayudas anunciadas.
En algunas comunidades autónomas, como es el caso de Madrid, no se cumplen los criterios sanitarios establecidos por el Ministerio de Sanidad para el paso a la fase 1 de la desescalada. Con ella se aprobará la apertura de terrazas a un 50% de su ocupación y la apertura generalizada de locales y establecimientos (excepto centros comerciales). Sin embargo, sí se han suavizado ciertas medidas como la posibilidad de que los comercios de menos de 400 metros cuadrados puedan abrir ya sin cita previa y cumpliendo las medidas de seguridad correspondientes. No obstante, en muchos casos los condicionantes preventivos supondrán la imposibilidad de retomar la actividad por poco productiva.
Organizarse para ser más fuertes
Este distrito y sus pequeños comerciantes conocen bien los cambios por los que han pasado a lo largo de los años las maneras de consumo de sus vecinos y cómo eso ha afectado al comercio barrial. Zonas cuyas calles siempre han sido características por la presencia de tiendas y bares, dotándolas de una vida social y vecinal poco usual en los tiempos que corren, han visto a unos cuantos echar el cierre y a otros tantos reducir sus ventas de manera notable. Es el caso de la calle Zumel, una vía peatonal que, en otro tiempo, fue una de las más importantes del comercio del barrio de Simancas y que ha perdido establecimientos y paseantes a cambio de casas de apuestas y viviendas particulares. Los vínculos sociales y la economía local se resienten en un panorama urbano que evoluciona a ritmo acelerado.
La crisis provocada por el COVID-19 ha traído consigo la actuación de diversas asociaciones que se han visto en la obligación de generar iniciativas para luchar por la sostenibilidad del pequeño comercio y los trabajadores autónomos. Desde la Asociación de Autónomos, Comerciantes, Emprendedores y Hostelería (ACEH), que conforman más de sesenta comerciantes y restauradores del distrito de San Blas-Canillejas, se está llevando una campaña de concienciación con la que se pretende recordar la importancia de hacer uso del comercio local. Bajo el lema “Piensa en grande, compra en el pequeño” han puesto en marcha un plan de difusión de la vuelta a la actividad que está teniendo lugar paulatinamente con las fases de la desescalada.
El presidente de la asociación, José E. Rubio, se lamenta por las pérdidas que ha sufrido el pequeño comercio a lo largo de los años y por las trabas que, según él, se han puesto al desarrollo del mismo. José cree importante, desde su posición, defender “la creación de empleo y el comercio justo y sostenible” y recuerda la necesidad de que se canalice la información “para que las ayudas se agilicen y lleguen a los más necesitados.”
Mirando a las asociaciones estatales de mayor peso en el sector de trabajadores autónomos, ATA, UPTA Y UATAE, un estudio realizado por la web de empleo Jobatus revela que se va a solicitar al Gobierno una ampliación de las garantías económicas por el cese de la actividad a todos los sectores que continúan cerrados o que obtengan una facturación inferior al 75% respecto a las previas al coronavirus.
En paralelo, las formas y tiempos de consumo cambian y toman fuerza iniciativas jóvenes para facilitar la vida a los consumidores en un momento en el que el contacto social se ha vuelto necesariamente escaso. Es el caso de WEBEL, una aplicación móvil cuya idea inicial surgió y se desarrolló en un trastero de la calle San Romualdo, en el barrio de Simancas.
Un proyecto que funciona desde septiembre de 2019 con el que los comerciantes pueden buscar clientes interesados en sus servicios a domicilio y viceversa a través del teléfono móvil y que toma más sentido con las necesidades que genera la actual situación. Carlos Estévez, del equipo de WEBEL, explica a esta revista que San Blas-Canillejas, además de ser un distrito con el que están “estrechamente unidos por ser donde empezó la plataforma” es también una de las zonas desde la que más servicios se piden: “Los servicios que más se solicitan en la zona son: limpieza, manitas, clases particulares y peluquería.”, asegura Carlos.
Las caras del comercio
El comercio son sus comerciantes y, en el caso del distrito de San Blas-Canillejas, muchos forman parte de la idiosincrasia de sus barrios. Trabajadores autónomos que llevan años desarrollando su actividad comercial en unas calles de cuya vida son juez y parte.
Manolo y su ferretería: veteranos en Simancas
Manolo cerró su ferretería en la calle Virgen de la Oliva el día 13 de marzo, con el anuncio del estado de alarma, y no volvió a abrirla hasta el 4 de mayo. Es uno de los veteranos de esta zona comercial; la Ferretería Manolo lleva en el barrio desde el año 58. Este comerciante es de los que prefiere no lamentarse demasiado por los días de inactividad que le ha causado la llegada del coronavirus. “Las consecuencias que esto ha tenido para mí son las mismas que para todo el mundo. Lo peor son las personas que han cogido el virus y los que se han ido al otro mundo. Y en lo que tiene que ver con la economía: en estos establecimientos pequeños cada vez la situación va a menos, se está viendo en todos los barrios que un comercio que cierra, no vuelve a abrir”, asegura.
Manolo es de los que sigue al frente de su negocio por puro placer; tiene 74 años y prefiere no jubilarse. En los primeros días de desescalada, ha notado como la rutina de trabajo es diferente a como era antes de que el COVID-19 llegara a nuestras vidas; el cierre de ciertos establecimientos comerciales le ha traído algo más de clientela: “Las grandes superficies están cerradas y también los chinos de García Noblejas, entonces la gente viene más. Pero van a ser los primeros días: luego la gente volverá a las zonas de ocio”, cuenta Manolo. Con la ferretería ya a pleno rendimiento, Manolo es de los que ha podido beneficiarse de las ayudas del Estado: “He solicitado una ayuda porque he estado estos dos meses cerrado y me la han concedido. Es una ayuda mínima, pero algo es algo.”
Juan y Yolanda: frutas, verduras y trabajo incansable
Muy cerca de Manolo están Juan y Yolanda al frente de Frutas y Verduras Juan. Hace veintitrés años que son parte del tejido comercial de la calle Virgen de la Oliva y, con el confinamiento, de los que se han mantenido abiertos, adaptando su venta a la situación y sirviendo frutas y verduras, sobre todo, a través del servicio a domicilio. “El 90% de lo que hemos hecho ha sido a través de llamadas. Nosotros hemos hecho pedidos a domicilio desde siempre, pero en estos días ha sido desbordamiento total porque la gente no podía salir”, asegura Juan.
Con la llegada de la desescalada, han notado un ligero cambio en esta dinámica. Los vecinos y vecinas empiezan a salir un poco más y las llamadas se han reducido, según Juan, a la mitad. En el caso de estos fruteros, han echado en falta que se les hayan facilitado medidas de protección desde las instituciones para poder trabajar bajo unos mínimos de seguridad: “En el mercado nada más que han puesto unos chicos con un bote de gel para que te desinfectes. Pero no nos han dado nada más: ni una mascarilla, ni nada. En la tienda nos hemos apañado con nuestras propias mascarillas y hemos comprado botes de desinfección y lejía para desinfectar todo.”
Nines y su pan: dos indispensables de Amposta
Nines lleva dos años en la panadería que regenta en Amposta aunque es del distrito, como se suele decir, de toda la vida. Nació y se crio en Arcos de Jalón y conoce y es conocida por buena parte de los clientes de la zona. Es otra de las comerciantes que se ha mantenido abierta a pesar del estado de alarma y que ha visto su actividad comercial modificada desde el momento en que se pide a la población salir solo para lo imprescindible. “La manera de comprar ha sido distinta. Más clientes, porque cerraron los centros comerciales, también más jaleo y más agobio, pero los clientes de siempre han estado en casa, porque eran las personas más mayores”, afirma Nines. Igual que la Frutería Juan, Nines se ha valido de la entrega a domicilio en muchos casos.
Ella ha trabajado en conjunto con otros comercios de los alrededores, como la frutería o la carnicería, para hacer entregas conjuntas. A pesar del estrés que genera esta nueva situación, ella no se olvida de que muchas de las gentes del barrio lo están pasando mal y se ha preocupado, sobre todo, por los niños que han visitado la panadería con sus familiares. “He intentado que a los niños no les falte algún detalle, un bollo o unas chucherías, que nosotros, los adultos, lo vemos innecesario, pero para ellos es un mundo, les hace mucha ilusión. En estos momentos no hay y, como no hay, sus padres gastan sólo en lo necesario”, asegura la panadera. Además, Nines ha decidido volver a la antigua costumbre de fiar, a sabiendas de que muchas de las personas que van a comprar han perdido sus empleos y no han cobrado aún las ayudas que esperan.
Como Manolo, esta panadera percibe que la normalidad está a la vuelta de la esquina y que aquellos que se habían acercado a su establecimiento por la imposibilidad de ir a centros comerciales dejarán de hacerlo en cuanto puedan. Pero esto no le preocupa porque para ella es importante que recuperemos la vida tal y como era antes del coronavirus: “Me gustaría que todo fuera normal; que la gente pueda ir a comprar donde sea, sin tener miedo y sin sentir la obligación de comprar en el comercio pequeño. Hay mucha gente que no está acostumbrada y sigue siendo más caro porque el comercio pequeño no puede abaratar muchas cosas y en estos momentos no hay dinero”, concluye Nines.
Jesús el peluquero: clientela fiel
Las peluquerías son uno de esos negocios que han pasado de cero a cien en un abrir y cerrar de ojos. La necesidad de arreglarse el pelo no ha desaparecido y después de tanto tiempo en casa, eran muchas personas las que no podían esperar más para ponerse la cabellera a punto. Lo sabe bien Jesús, regente de la Peluquería Simancas, que cerró su negocio el 14 de marzo y con la reapertura, el pasado 4 de mayo, ha recuperado de golpe la actividad. “En la primera semana y media no tenía hueco en las listas de espera; era muchísima gente. Ahora ya atendemos como solía ser”, cuenta el peluquero. Mientras tenía cerrada la peluquería, ha contado con ayudas económicas: “No ha sido gran cosa”, afirma, pero le sirve para mantenerse optimista de cara al futuro más próximo: “Sé que va a ser jodido, pero yo soy muy optimista. Aunque lo veo mal, hay que tener fe y hay que ir a por todas; es lo que hay.”
Que el coronavirus era un tsunami imparable lo hemos aprendido en las últimas semanas con la constación de que, además de causar estragos dentro de nuestras fronteras, también lo ha hecho en otros grandes países occidentales como Francia, EEUU o Inglaterra. Sin embargo, naciones de nuestro entorno, que por infraestructuras y cuestiones demográficas deberían haber estado igual de expuestas que nosotros—caso de Grecia, Portugal o Croacia—no lo han sufrido igual. ¿Qué hemos hecho mal?
El mayor error que cometió España, probablemente, fue no darle importancia a los precedentes previos ocurridos en otros países como China e Italia. Y no activar el sistema de alerta epidemiológico pensando que el coronavirus no llegaría a nuestro país pese a contar con informes internacionales sólidos. Como el emitido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 30 de enero, que advertía de la gravedad del nuevo coronavirus, o el del Centro Europeo de Prevención de Enfermedades, que recomendaba el distanciamiento social a principios de marzo. Mientras tanto el portavoz del Ministerio de Sanidad en esta crisis, Fernando Simón, aseguraba a los ciudadanos que «España solo tendrá un puñado de casos».
Una posible explicación a este exceso de confianza podría deberse al mal recuerdo que dejó el caso de la gripe A en España en 2009. Entonces, ante una alarma similar de pandemia provocado por esa gripe, se compraron más de 35 millones de vacunas que finalmente no fueron necesarias, desperdiciando 260 millones de euros en plena crisis económica. A esto hay que unirle el resto de las distintas alarmas de pandemia que acabaron diluyéndose y quedando afortunadamente en un susto o en una especie de “cuento del lobo”. Como ocurrió con el Ébola en 2014 o el anterior SARS COV-1 en 2003, que solo afectó Asia y fue lo que debieron pensar muchos expertos de occidente que acabaría ocurriendo con este virus. Digamos que con estos antecedentes se pasó de la sobrerreacción con la gripe A a la infra-reacción con el COVID-19.
Falta de preparación
Las consecuencias de subestimar el virus y no dar peso a lo que ocurría en nuestro alrededor derivó en que el coronavirus llegara a España sin que el país estuviera preparado: sin un plan específico de detección y contención de la epidemia; sin respiradores; sin material sanitario protector y sin un trabajo previo de concienciación sobre la necesidad del distanciamiento social como principal arma para detener la cadena de contagios. La pregunta del millón es si nadie del comité de expertos del Gobierno lo vio venir. Algo que se antoja difícil de asimilar, más si cabe cuando el Ejecutivo recibió como ya hemos dicho, reiterados avisos de la OMS y la UE alertando del peligro.
Al exceso de confianza hay que añadir la enorme falta de medios y de personal cualificado para identificar el virus. España carecía de una importante preparación logística y humana para combatir el COVID-19. Según la científica Ángela Bernardo la falta de laboratorios preparados y de personal especializado para realizar las pruebas de PCR se convirtieron en el gran problema inicial para detectar a tiempo el virus. Estas carencias obligaron al Gobierno a restringir de forma considerable los criterios para la realización de pruebas de laboratorio. Lo que supuso que tanto los pacientes con síntomas leves como los asintomáticos quedaran fuera de los registros sanitarios desde el inicio real de la epidemia. Provocando que siguieran contagiando a otras personas de forma inconsciente e imposibilitando a su vez cualquier seguimiento del virus cuando comenzó a darse la transmisión comunitaria en España. Lo que derivó en que las autoridades sanitarias no se dieran cuenta hasta varias semanas después cuando ya era demasiado tarde. La detección y rastreo de los contactos en los casos leves y en los asintomáticos en esta primeras fases de la epidemia era vital para que ésta no estallara y poder trazar un mapa real de los focos de contagio.
A los criterios restringidos del Gobierno para la realización de test hay sumarle las características del propio virus, que han hecho de su contención una auténtica odisea.
En primer lugar, su largo periodo de incubación tras el contagio, que oscila entre los 5 y 14 días hasta que aparecen los primeros síntomas.
En segundo lugar, los cuadros de clínicas similares al COVID-19, como la gripe estacional común que también reporta fiebre, tos fuerte y dificultad respiratoria. Y los resfriados en los casos más leves. Estas similitudes entre coronavirus, gripe común y un simple catarro, provocaron una psicosis social que colapsaron las urgencias de los hospitales, o en su defecto el extremo contrario, dando con personas portadoras del virus que hacían vida normal sin saberlo.
Tercero, su elevada tasa de contagio, tres veces más virulenta que la de la gripe estacional común, es decir, que cada persona infectada por coronavirus, puede a su vez contagiar a otras tres personas de media.
Y en cuarto lugar, los asintomáticos: personas que no muestran síntomas mientras cursan la enfermedad y que se han convertido en la pesadilla de esta pandemia. Esta circunstancia provocó desde el primer momento que cientos de personas en nuestro país expandieran el virus con cada tos y cada estornudo sin saberlo.
El exceso de confianza, la falta de preparación y las características especiales del virus fueron la tormenta perfecta y los principales responsables de que el COVID-19 estallara con tanta virulencia en nuestro país. Están en estudio otras variables posibles a nivel internacional que también podrían influir en que el virus se cebe más en unos países que en otros: demografía, envejecimiento poblacional, se habla incluso de componentes genéticos proclives… Pero ante la falta de conclusiones claras, parece que el factor determinante para la expansión del virus es la velocidad de respuesta que tengan los diferentes gobiernos a la hora de contenerlo.
Ya hemos vivido dos meses de confinamiento y podemos empezar a pensar en cómo recomponernos a partir de ahora, pero no debemos olvidar a todas las personas que no podrán hacerlo. Si el sufrimiento por la pérdida de alguien cercano ya es un sentimiento desgarrador e inconsolable, este se agudiza cuando nos quitan la posibilidad de darles el último adiós.
Uno de los factores que facilitan la aceptación de una pérdida es poder habernos despedido, y la ausencia de este gesto puede contribuir a que se tarde más en aceptar o que se esté peor durante el proceso. Su marcha duele y tenemos derecho a estar rabiosos, enfadados y tristes. Pero para mantenernos nosotros lo mejor posible, tendremos que aceptar que se han ido (cuando estemos preparados para ello) y continuar con nuestro camino, apoyándonos en todos aquellos que nos hagan estar bien.
Los familiares de fallecidos no son los únicos que van a necesitar apoyo psicológico para superar todo lo que la situación nos ha dejado. Uno de los colectivos que más estrés y cansancio mental han sufrido durante estas semanas ha sido el de los sanitarios. No sólo por el contacto directo con una enfermedad (en eso consiste su profesión), sino por las condiciones en las que han tenido que hacerlo. Saliendo de casa únicamente para enfrentarse desprotegidos ante un enemigo invisible. Sin posibilidad de descansar, desconectar mentalmente o abrazarse y decir que todo saldrá bien. Se han visto sometidos a un trabajo inhumano cuando ellos son personas, con mucha vocación por ayudar, pero con los límites físicos y emocionales de cualquiera.
Incluso la población general ha padecido problemas de ansiedad derivados del confinamiento. Han sido frecuentes los problemas para dormir, las pesadillas o sueños extraños, la irritabilidad, los problemas de concentración o la falta de ilusión por actividades que antes nos apetecía hacer, entre otros. Esto nos recuerda que distintos colectivos deben atender a su estado emocional para dejarse cuidar si lo necesitan, a fin de estar razonablemente bien para construir este nuevo presente ahora que estamos intentando recobrar la normalidad. Para ello se han habilitado diferentes recursos psicológicos, con el fin de dar servicio a todas las necesidades que están surgiendo a raíz del coronavirus.
Por otro lado, tras casi dos meses de confinamiento, por fin hemos podido volver a pisar la calle. Sin embargo, no todo el mundo ha recibido tan bien esta noticia. Es posible que recientemente hayas escuchado el fenómeno del “síndrome de la cabaña” como concepto que refiere el miedo a salir de casa. Como profesional de la salud debo aclarar un par de cuestiones al respecto. Según su definición, un síndrome es el conjunto de síntomas provocados por una enfermedad. Por ejemplo, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) es el conjunto de síntomas provocado por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH).
Dato curioso: el VIH también es un virus de origen animal (primates) que empezó a propagarse entre humanos hace casi un siglo. Volviendo al “síndrome de la cabaña”, lo evidente es que no hay ninguna enfermedad que cause el miedo a salir a la calle. Es cierto que hay un virus y que, por miedo a él, cierta gente no quiere salir. Pero ¿dónde hay un síndrome ahí? Profesionalmente creo que este término no ayuda a explicar mejor el fenómeno y solo aumenta la inquietud ante una nueva enfermedad, por lo que desaconsejo su uso. No difiere sustancialmente de una agorafobia y ya ha ocurrido antes en personas que están mucho tiempo encamados por una operación (pero jamás se llamó síndrome).
Precaución sí, miedo no
El miedo es una emoción y como tal es informativa. Indica a nuestro cuerpo que está ante una situación que genera incertidumbre o que representa un posible peligro (que no siempre es objetivo). Tener miedo a morir por una picadura de escorpión es normal porque hay un riesgo real, pero los payasos no suponen un peligro objetivo para nuestra vida. Aun así, existen ambos tipos de miedo y la emoción en sí misma no es negativa.
Lo negativo es encasillar a la gente como enferma de algún síndrome por tener una reacción normal ante una situación extraña. Es totalmente comprensible que después de mucho tiempo sin salir de casa y con un virus expandiéndose por todas partes, las personas quieran tener precaución. Pero esa precaución no debe impedirnos hacer nuestra vida y salir de casa. Hay que salir a esa panadería o final de la calle, para que no nos paralice el miedo, porque entonces sí nos encontraríamos con un problema real.
Por último, quiero hacer una reflexión sobre un tema controvertido durante estos días: las peluquerías. Sin posibilidad de pronunciarme sobre su necesidad o no en un estado de alarma, sí quiero reparar en lo que suponen para mucha gente: la única fuente de contacto físico que han tenido en mucho tiempo. Y es que el hecho de reducir el contacto social implica necesariamente que nos toquemos menos, lo cual choca mucho con la naturaleza social del ser humano y más en un país del sur de Europa como es España, en el que el contacto físico y la cercanía son un signo de identidad cultural. Echamos de menos muchas cosas, especialmente los abrazos, así que espero que podamos recuperarlos pronto, especialmente los largos, los de verdad.
Daniel Pérez
Psicólogo graduado por la Universidad Autónoma de Madrid, actualmente cursa el Máster en Psicología General Sanitaria en la Universidad Alfonso X el Sabio. Sus pasiones profesionales son la práctica clínica, la investigación y la divulgación de la Psicología para acercársela a la gente.
El altruismo y las ganas de ayudar a quienes peor lo están pasando por culpa del coronavirus no cesan en medio de la crisis. Sirvan como ejemplo algunas iniciativas puestas en marcha o desarrolladas en el distrito durante el mes de abril.
El Atlético de Madrid cede las cocinas del Wanda Metropolitano
La Comunidad de Madrid y el Club Atlético de Madrid han suscrito un convenio que permitirá utilizar las cocinas del estadio Wanda Metropolitano para preparar comidas destinadas a familias en situación de vulnerabilidad. De esta manera se pretende canalizar el ofrecimiento desinteresado de muchas empresas de restauración al Gobierno regional para cocinar alimentos saludables que lleguen a la mesa de gente que no atraviesa un buen momento.
La unidad central de producción de las instalaciones tiene una capacidad de elaboración que va desde mil a 50.000 menús diarios. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, se ha dirigido a los restauradores y trabajadores del sector de la alimentación para poner en su conocimiento que este gran equipamiento esta disponible para ofrecer a la ciudadanía necesitada una solución excepcional. El club deportivo cede, además de las instalaciones, su personal, “cocineros de primera”, aclara Díaz Ayuso, que ha agradecido la solidaridad del deporte madrileño. La jefa del Ejecutivo regional asegura también que es digna de admiración la disposición del club rojiblanco a la hora de ceder sus instalaciones y ha reconocido “su entrega y sacrificio así como su forma de afrontar siempre cada batalla. Están siempre en los momentos alegres pero también en las situaciones complicadas”, ha añadido la presidenta.
La cocina central del Wanda Metropolitano, localizada en el lateral oeste del estadio, permite preparar los alimentos en caliente, tanto en hornos como en planchas o freidoras, y pasar inmediatamente a la zona de abatimiento para enfriarlos o congelarnos sin necesidad de aditivos ni conservantes y envasarlos al vacío con todas las garantías de salubridad. Con este sistema se pueden mover grandes volúmenes de alimentos con cierta rapidez. El recinto cuenta en total con siete cocinas, 22 hornos de gran capacidad industrial y 3.800 metros cúbicos de almacenes con zona de seco y frío.
La Consejería de Sanidad, a través de la Dirección General de Inspección y Ordenación Sanitaria, está coordinando todas las donaciones y ofrecimientos por parte de entidades y particulares que está recibiendo la Comunidad de Madrid desde que se inició la crisis del COVID-19. Hasta el momento, se han alcanzado 1.855 ofrecimientos relacionados con todo tipo de áreas, desde material sanitario a infraestructuras. En alimentación, han colaborado más de cien entidades.
Fondos para la Plataforma de Parados San Blas-Canillejas
El sindicato Solidaridad Obrera ha emprendido una campaña de recaudación de fondos para la Plataforma de Parados de San Blas-Canillejas con el fin de adquirir alimentos, productos de higiene y medicamentos destinados a personas especialmente necesitadas. La sección sindical de Metro de Madrid empezó recaudando los diez euros mensuales que la dirección entregó a los trabajadores para que adquirieran mascarillas, guantes y gel hidroalcohólico, en su opinión “una burla”. Desde el sindicato hacen un “llamamiento al resto de trabajadores y trabajadoras que aún puedan aportar algo para hacer efectiva su solidaridad con las compañeras y compañeros que peor lo están pasando”.
En opinión del sindicato, “ya antes de la pandemia un sector importante de la clase obrera estaba en una situación de abierta emergencia humanitaria: desempleados, personas dependientes, trabajadores informales (servicio doméstico, venta ambulante, tiempo parcial indeseado, pequeñas “ñapas”, trabajo sexual, etc.), migrantes sin documentación y quienes, aún teniendo un empleo, no consiguen con su sueldo superar el umbral de la pobreza”.
La Plataforma de Trabajadores en Paro de San Blas Canillejas reparte paquetes de comida de urgencia en los domicilios de las familias más vulnerables y traslada en todo momento sus reivindicaciones ante la Junta Municipal “porque hay familias que no pueden resistir más tiempo”, en palabras de Aurelio Villanueva, miembro de la Plataforma.
Carrera popular en casa
La Unión de Carreras de Barrio de Madrid (UCBM) organizó el 15 de abril la I Marcha Corro en Casa por los Barrios de Madrid, una prueba virtual para recaudar dinero con el que adquirir material sanitario de protección para hospitales públicos. Coherente con el carácter social, altruista y sin ánimo de lucro de las competiciones que impulsa a lo largo del año, la UCBM puso a la venta dorsales solidarios en Internet que se podían adquirir por cinco euros. Entre los integrantes de esta entidad se encuentra la Agrupación Deportiva Capoca, organizadora del Trofeo José Cano—la Carrera Popular de Canillejas—y la Carrera Nocturna de Canillejas.
Asociaciones vecinales y clubes deportivos que organizan una quincena de carreras populares invitaron a los corredores de Madrid a participar en la prueba, sumando “un pequeño grano de arena” para enfrentarse a la actual emergencia sanitaria. Todo el dinero recaudado se aportó a una cuenta del Ayuntamiento de Madrid destinada a donaciones para hacer frente al COVID-19, un paso previo a su llegada a los hospitales públicos de la región en forma de material de protección para sus profesionales, la primera línea de lucha contra el virus.
La carrera tenía dos convocatorias, por la mañana a las 11:00 horas y por la tarde a las 19:00 horas, y contaba con el soporte a distancia de un vídeo que la organización emitió en sus redes sociales emulando una carrera de barrio para que los corredores en casa se sintieran más acompañados. Entre todos los participantes, la organización sorteó un dorsal de la próxima edición de todas las carreras de barrio de la UCBM.
Cerró sus puertas a los escolares cuando se decretó el estado de alarma y casi de inmediato tuvo que volver a abrirlas para echar una mano a familias que lo están pasando muy mal. En el colegio Valle Inclán se reparte comida para que cada día de la semana puedan comer unas 700 personas.
Como directora del CEIP Ramón María del Valle Inclán, Nuria Hernández está acostumbrada a buscarse la vida para obtener recursos para el colegio, el profesorado y sus alumnos. Con la irrupción del COVID-19 en nuestras vidas ha tenido que ir más allá porque muchas familias se acercaban al centro diciéndole que lo estaban pasando mal. “Empecé a moverme para ver cómo podíamos conseguir ayuda y me facilitaron un correo electrónico que resultó ser de una asesora del alcalde. A las dos horas de enviarle un mensaje me llamó para preguntar qué necesitaba y dos horas después era Diego Sandoval el que se ponía en contacto para ver cómo concretar la ayuda”, comenta Nuria.
Los tres hermanos Sandoval, Mario, Rafael y Diego, se habían ofrecido al ayuntamiento por si podían echar una mano de alguna manera. Tuvieron que cerrar su restaurante Coque cuando se decretó el confinamiento y proponer un ERTE para la plantilla, pero decidieron cambiar su cocina, reconocida con dos Estrellas Michelin, por platos sencillos y guisos para gente necesitada.
Lo que empezó siendo una entrega de comida para una treintena de familias y unas 140 personas enseguida creció hasta las 280 raciones. “Las dificultades económicas sobrevenidas del confinamiento: parón de la actividad, cierre de empresas, expedientes de regulación temporal de empleo, han aumentado de manera exponencial la demanda de ayuda”, advierte Nuria. Por ese motivo, en paralelo, y dado que más gente necesitada continúa acudiendo al colegio Ramón María del Valle Inclán, por poner un ejemplo, el último viernes de abril se apuntaron 35 familias más, Nuria ha acordado con la Fundación CESAL la entrega de más de 400 raciones diarias que la ONG y World Central Kitchen preparan en las cocinas de la Escuela de Hostelería ubicadas en el Mercado Municipal de Santa Eugenia.
En el Valle Inclán se habilitan los dos accesos que tiene el centro. Por la parte posterior, más amplia porque da a patio del colegio, se entregan cada día las más de 400 raciones que proceden del mercado de Santa Eugenia: menús empaquetados en bolsa de papel que contienen un táper con comida y fruta. Por la entrada delantera, los martes y viernes se reparte la comida del Coque para 3 y 4 días a aquellas familias demandantes de ayuda cuando el ayuntamiento la puso en contacto con los hermanos Sandoval. De este modo se puede llevar un control. “Cada familia tiene un número de orden asignado y vamos tachando de la lista según van recogiendo las provisiones. A la gente nueva que va llegando y no figura en ese listado, les tomamos los datos para incorporarles”, aclara Nuria.
Además de las comidas elaboradas, en el Valle Inclán también se reparten otro tipo de productos; por ejemplo, los martes hay entrega de leche para bebé y pañales aportados por empresas y adquiridos mediante los donativos aportados en una cuenta que se ha abierto a tal efecto, y los viernes se proporcionan yogures y leche normal. El Ayuntamiento, el Banco de Alimentos, Dodot y Lactalis son algunas entidades que están ayudando en esa tarea. En la parte logística, el Grupo Concertante Talía, también vecino del distrito, le ha prestado a Nuria su furgoneta para poder cargar y trasladar los lotes de comida. “Me dejaron las llaves del vehículo todo el tiempo que lo necesitemos”, destaca la directora del Valle Inclán.
Nuria se muestra muy preocupada por el futuro inmediato porque las necesidades crecen y la crisis va para largo. Los Sandoval ya le han asegurado que los tendrá a su lado mientras dure el estado de alarma. “Ellos están al máximo de lo que pueden aportar, no dan abasto, piden a sus proveedores que les regalen alimentos e incluso compran género de su propio bolsillo”, comenta. La directora del Valle Inclán deja una reflexión: “los números acabarán siendo insostenibles y tendremos que encontrar una manera de articular la ayuda, ¿cómo lo haremos cuando no alcance para todos los que lo necesiten? Aunque no sea mi responsabilidad directa, con la gente que viene a recoger comida se crean vínculos, estableces contacto y ponemos cara a quien sabemos que no tiene absolutamente nada, ¿qué va a ser de ellos si no llegamos?”.
Ayudantes y demandantes
Nuria Hernández no está sola en el compromiso solidario que ha asumido con quienes más lo necesitan en las actuales circunstancias. Vinculados al Valle Inclán están mano a mano la trabajadora social del equipo de orientación, el dueño de la empresa que se ocupa del comedor, la cocinera y la mamá de una antigua alumna, fue a pedir ayuda siempre y cuando ella pudiera echar una mano. También la directora del CEIP República de Chile, Arancha, y un grupo de amigos de Nuria forman parte del grupo de trabajo. Además, “estamos coordinados con los directores de otros colegios del distrito y con entidades como el Espacio Vecinal Montamarta o la Plataforma de Trabajadores en Paro de San Blas-Canillejas”, destaca Nuria.
En cuanto al perfil de los demandantes, la directora del colegio aclara que son familias del barrio y que muchas de ellas nunca han necesitado ayuda de Servicios Sociales, pero con esta crisis se han quedado sin nada. “La gente lo está pasando muy mal. No les alcanza con la renta mínima de inserción de 400 euros. Pero también hay mucha gente sin papeles que ya detectamos que había llegado en enero y febrero y se han encontrado con esta situación a cero. Tomamos sus datos y los pasamos a Servicios Sociales”, concluye la directora del Valle Inclán.